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La Manchuela y el valle de Ayora 23. Jarafuel.


 

Los sueños provocados por la confusa niebla de la mañana se han desvanecido completamente. El sol es un vencedor rotundo. El calor deleita. Sigo conduciendo por campos asediados por montañas y aguas de diversos nombres, por valles acogedores. Las aguas a veces explotan y arrasan con inundaciones nefastas.

Jarafuel prolonga la estructura de los pueblos de la comarca: castillo en alto, iglesia que alza su brazo en forma de campanario, calles estrechas de recuerdo morisco, aseadas, agradables.



Aparco junto al instituto y vuelvo a entrar en contacto con el aire festivo. Callejeo hasta la plaza donde se alza la iglesia parroquial de Santa Cecilia, de 1689. Otro interior vistoso con hermoso retablo. Las iglesias parecen más propicias para las visitas que los castillos. Delante, en la plaza, una fuente con caballos. Jarafuel es villa de fuentes, según leo. Lo podría confirmar con un paseo más amplio. El pueblo tuvo fama por sus caballos.

Parece que la denominación del pueblo procede de Al-Sarafá, en árabe, lugar elevado. Y no le falta razón porque su castillo domina desde una peña. Se abarca todo el valle. Desde aquí controlaban las rutas entre Córdoba y Valencia, y la del Júcar, entre Murcia y Segorbe. El castillo mantiene poco que lo identifique. Lo han reconvertido en un privilegiado mirador. Observo los tejados, la vega, el verdor pardo y ocre, el parque de las coníferas, un jardín en honor al botánico Lorente. Me impregno del paisaje. Es naturaleza sincera. Sobre una montaña, las formas de las columnas eólicas.



Dos nuevos murales de azulejo siguen narrando las penurias de los moriscos al conocer su orden de expulsión y rebelarse contra su destino. Son los paneles once y doce. Está claro que empecé la lectura por el final. En el número once los moriscos tratan de pactar con el marqués de Caracena, virrey de Valencia. Los de Jarafuel y Teresa de Cofrentes solicitaron clemencia y más tiempo para poner en orden sus asuntos. Alegaban que aún no habían llegado al puerto las naves que les conducirían al forzado exilio. En el número doce las tropas ya están desplegadas para reprimir cualquier alzamiento.



Leo que un alto porcentaje de la población son jubilados que viven de su pensión y agricultores de subsistencia. Otros se ganan la vida en los servicios para el pueblo, el trabajo en la central nuclear y en las brigadas forestales. No se puede hablar de prosperidad, de un gran futuro para los que se quedan.

Destacan los que escriben sobre el pueblo la pervivencia de la artesanía del almez. La realizan con las ramas fibrosas de los tocones desmochados de este árbol. Esta actividad está en recesión y queda como una anécdota. Aún producen bastones, cayados, horcas y otros aperos.

Me marcho rodeado de silencio.

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