Me adentro en el pueblo hasta la
iglesia de San Miguel Arcángel, de 1736, erigida sobre otra anterior que
reconvirtió la mezquita en templo cristiano en 1535. El campanario se yergue orgulloso.
Leo que fue quemada y saqueada en 1936, al inicio de la Guerra Civil. Me asomo
al interior, con hermoso retablo y agradable decoración de sus muros y cúpula.
El pueblo queda a mis pies. Quizá
esta parte más alejada del río se salvara de las inundaciones de 1740 y 1864
que arrasaron las huertas y se llevaron por delante el puente de piedra. En
otros pueblos del vale también causó estragos. La sucesión de tejados es una
geometría irregular. Me asomo a la vega del río. La agricultura y la ganadería
aún aportan a la riqueza de Jalance. Melocotones, vid, olivos y almendros son
los cultivos principales.
En la plaza se van juntando las
autoridades para la celebración de la fiesta nacional, día solemne. El personal
civil luce sus mejores galas. Me gusta ser parte de ese ritual durante unos
instantes.
Otro mural, con el número 13,
narra las luchas de 1609 contra los moriscos. El 6 por ciento de los moriscos
de Jalance obtuvieron permiso para permanecer en sus tierras. Eran los “seises”
a los que el resto de los moriscos consideraron como traidores. Buscaron
refugio en el castillo contra las iras de sus paisanos. Los muros resistieron. En
el mural destaca el incendio de los árboles.
Regreso al coche, me lío por las
calles estrechas, que era lo que no quería, y me dirijo a Jarafuel.
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