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La Manchuela y el valle de Ayora 20. Llegando a Jalance.

 


El pueblo se ubica en la confluencia de los ríos Júcar y Jarafuel. Todo el entorno es agreste, montañoso, de cerros y muelas, de piel de árboles, marcada por ríos y arroyos. Al consultar datos, la lista de montes y ríos es tan larga que renuncio a transcribirla. Prefiero desviarme hacia esta población y parar en una curva de la carretera donde una familia, o varias, se entrega a un desayuno más bien tardío y especialmente contundente.

-Que aproveche.

-¿Gusta? -me ofrecen con cortesía hospitalaria.

-Muchas gracias. Llevo la tripa llena.

Cuando me alejo un poco continúan hablando en valenciano. Toda la comarca es de predominio castellano parlante. Las sucesivas repoblaciones de unos y otros han aportado una amalgama de palabros que son propios de esta tierra.



Vuelvo a dar la mano a la soledad y el silencio. Dejo el coche en otro mirador antes de que sea víctima de una celada en el trazado desigual y estrecho de las callejuelas cercanas a la iglesia. No me pasa por la cabeza intentar subir al castillo de origen árabe. Me acojo a que está ruinoso y carece de interés, aunque sus muros parecen bien reconstruidos. Se alza sobre un antiguo poblado íbero. Si estoy equivocado en mi decisión qué le vamos a hacer.

Intento tragar toda la belleza de aquellos campos que acaban estrangulados en gargantas estrechas e inaccesibles, como la que forman Chorros de la Jávea y la Peña del Buitre. Me reprocho no adentrarme por esa carretera que se insinúa para seducirme y conducirme a la cueva de Don Juan, de aquellos tres Juanes que reclamaban para sí un tesoro escondido. Cada uno mantenía su legitimidad, a su modo. Lo que la leyenda no dice es si acabaron como el rosario de la aurora.

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