La mañana vuelve a amanecer con
niebla, un telón blanco que lo deja casi todo a la imaginación. Hace frío. En
el desayunador compruebo que el inicio del puente ha atraído más personas. El
buen tiempo de estos días es un gancho al que es imposible no entregarse.
La incomodidad de la niebla
impide nuevamente esas fotos de Alcalá desde las alturas, así que subo a la
meseta, me concentro en la carretera y no paro hasta las inmediaciones de Cofrentes.
Aquí la niebla es una aguada que difumina los colores. Todo es pálido y el
cielo pierde todo matiz cromático en favor de un aburrido gris.
Contemplar nuevamente el río, la
peña, el castillo y el pueblo con esas transparencias vidriosas me deja
fascinado. Paro el vehículo varias veces, echo pie a tierra y me afano por
captar esa imagen y que ella transforme mi estado de ánimo. Como suele ocurrir
en estos casos, no termino de captar la instantánea fiel y le echo la culpa a
los objetivos y al software de la cámara. Pero en mi memoria y en mi espíritu
queda ese momento teatral y misterioso, esas estampas casi en color sepia, como
traídas del pasado, como si me las regalaran los fantasmas de los antepasados
de estas gentes. La niebla es un regalo inesperado y no estoy dispuesto a
quedar mal con este privilegio.
Después de esa orgía de velos
tenues continúo hacia el siguiente pueblo en dirección sur: Jalance.
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