Me siento a las seis de la tarde
en El mirador, el mejor lugar de Alcalá para contemplar el pueblo. Es
cierto que el sol está en una posición casi de contraluz que desdice el blanco
de las casas excavadas en la peña. Aun así, la vista es magnífica, la que toda
persona con sensibilidad buscaría para deleitarse y pasar allí un buen rato.
Por lo que dicen los camareros,
me he colado: está cerrado. Vi la verja de entrada abierta, un gato blanco que
me invitó a penetrar en su casa y demasiadas facilidades para colarme. Creo que
les he estropeado el descanso. Deportivamente, una chica bastante guapa pero
bastante sosa, de acento extranjero, me ha puesto una coca cola. La he tomado y
he salido a la terraza, al mirador que da fama y nombre al lugar. Es bastante
grande y en temporada alta se debe de llenar de gente en busca de esa imagen
icónica con la que posar de forma absolutamente antinatural con el pueblo al
fondo. Luego, ya se sabe, se manda por redes sociales, por whatsapp o se
enseña con orgullo para causar envidia. Yo no dispondré de nadie que me la haga,
salvo que se lo pida a la camarera “simpática”.
Si tuvieras la mala suerte de
que El mirador estuviera cerrado siempre puedes hacer las fotos o
contemplar el pueblo en su totalidad desde una poco poética explanada sin el
resguardo de los árboles de la terraza. Las moscas te darán más o menos el
mismo coñazo.
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