Otra vez mis indecisiones, y un
camino poco propicio para el coche, me dejan a medias. Me he desviado a la
izquierda en las inmediaciones de Casas de Ves. Una carreterilla, que se
convertirá en sendero, me lleva hacia el potente hundimiento del terreno que es
el paso del Júcar. El sobrio llano, línea horizontal de ferviente simplicidad,
se precipitará hacia la hondonada natural trazada por el río.
Cuenta una leyenda, que
encuentro en gluubo.com, que una muchacha que recogía flores junto al río fue
sorprendida por una inusitada crecida que la arrastró aguas abajo. Su padre
salió en su busca durante horas y la encontró junto a un gran tronco que servía
como paso de los lobos. El árbol caído era tan grande que la crecida no pudo
con él. A su lado, el lobo que la había salvado.
Los pinos se han apropiado del
terreno y se prolongan hacia el horizonte. Las vistas son magníficas por lo que
me aventuro a bajar un poco más con el coche. La cuesta es fuerte y el terreno
más propicio para un todoterreno. Aparco y sigo bajando con el sol cayendo a
plomo. Respiro soledad y naturaleza.
Me convenzo de que aquí es mejor
venir con alguien que te instruya sobre la ruta, que te acerque al puente y
evite que te pierdas, aunque con las aplicaciones modernas todo es mucho más
fácil para el senderista. La central eléctrica del Molinar, de principios del
siglo XX, es otro de los atractivos. O las ruinas del poblado hidroeléctrico
con curiosos murales.
Y cuando creo haber cumplido con
el objetivo de acercarme a este paraje de singular belleza, y a pesar de mis
temores, doy media vuelta y regreso a Alcalá. Estoy contento.
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