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La Manchuela y el valle de Ayora 11. Hacia Cortes de Pallás.


 

En los viajes y en las excursiones hay que estar decidido a improvisar, a dejarse llevar por los impulsos de fuerzas ocultas de nuestro corazón. Esa es la salsa de los viajes. También hay que saber planificar para evitar equivocaciones o dejar demasiados lugares sin visitar, a pesar de haber pasado muy cerca. Hay que decidir y asumir que puedes equivocarte. Y eso me ha ocurrido.

No sé si habrá otra ruta para ir de Cofrentes a Cortes de Pallás. Mi intención es ir a comer a este pueblo que cumple con mis deseos de lugar aislado y pintoresco. Reviso en la guía Repsol, que no he renovado en muchos años, y me lanzo por la carretera hacia el norte. Luego trazará un arco y bajará hasta el pueblo. El navegador informa de un trayecto de 24 kilómetros y de una duración de 44 minutos. Me decido a iniciarlo.



La carretera es hermosa. La montaña conforma un oleaje verde que se pierde en el horizonte gris. Es una sensación de inmensidad. Si tuviera un espíritu más poético seguro que hubiera improvisado unos versos que hicieran honor a esas líneas curvas, a esas redondeces sin interrupción. Aparco el coche y me deleito con esa visión. El viento murmura, quizá dialogando con el sol o con el bosque tupido, compacto. Los árboles serpentean hacia el valle. En la bruma se distinguen las dos poderosas chimeneas de la central nuclear.

Un desvío hacia la derecha conduce a una carretera más precaria. Es la personificación de la soledad en el asfalto. Debe ser uno de los hilillos amarillos de la guía. En un momento determinado tomo la decisión de dar la vuelta. Aún le doy vueltas. Aún estoy cerca de Cofrentes y no quiero dejar de visitar otros lugares. No sé si la decisión será acertada. Si no lo fuera, una razón más para regresar a estos hermosos lugares.

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