Agradezco que el hostal Alcalá
del Júcar esté en la parte baja y a 50 metros del parking público, una
explanada desde la que se disfrutan buenas vistas del pueblo, a pesar de que el
sol está a sus espaldas y provoca efectos cromáticos con demasiado contraste. Está
claro que la mejor luz se da por la mañana. Como el pueblo está peatonalizado,
el que se aloje en el mismo tendrá que cargar con la maleta por cuestas que
cortan la respiración y un trazado un poco laberíntico.
Me quedo poco tiempo en el hotel.
El sol pega con intensidad y a las seis de la tarde cuesta salir en la
exploración. Me decanto por empezar por la singular plaza de toros, centenaria
y de forma elíptica, muy curiosa. Está cerrada. Solo la puedes visitar sábado o
domingo. El interior lo divisaré desde las cuestas del otro lado. Me imagino
una corrida en tan particular emplazamiento. Un pueblo con esta orografía sólo
puede generar estampas curiosas y espectaculares. El visitante debe estar
atento porque en cualquier recodo le regalan una impactante foto.
Cruzo el puente romano (que es
de época muy posterior) después de haber caminado por el parque junto al río. Era
el paso del Camino Real entre Castilla y Levante, por lo que se constituyó en
aduana. No sólo fue camino mercantil ya que también fue uno de los múltiples
Caminos de Santiago que jalonan la geografía española. El Camino de Requena
venía desde Valencia, mientras que éste lo hacía desde Alicante, pasaba por
Villena, Novelda, Almansa, Alpera, Alatoz y Casas Ibáñez para fusionarse con el
anterior en Monteagudo de Salinas, poco antes de Cuenca. De ahí subía hacia
Burgos.
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