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La Manchuela y el valle de Ayora 1. Haciendo puente.


 

No sé si me merezco un puente largo, así que no pregunto ni me planteo darle más vueltas. Es lo mejor: cerrar el caso.

Me voy a un lugar poco conocido, a desmano de todo, aunque bien comunicado y con fama de hermoso. Quizá es bueno ir a un lugar desconocido para explorarlo y, de paso, explorar ese farragoso interior mío que me es tan esquivo. No tengo demasiadas esperanzas de encontrarme, aunque lo sigo intentando. Que nadie diga que me falta voluntad. Además, siempre encuentro algo reutilizable en mi vida.

Realmente, este viaje me lo debo desde mayo de 2020, que fue cuando quería haberlo hecho. Era la continuación del Alto Turia, de las sierras del interior de Valencia, que tanto me apasionaron. Esta vez empiezo en Albacete, ya muy cerca del límite con esa otra provincia. Es el territorio de La Manchuela, distribuido por las provincias mencionadas y la de Cuenca.

Me he levantado pronto. Realmente, como todos los días. Me dolía el cuello, como ayer, y el pie derecho, como desde hace varios meses. Achaques de sexagenario, o de sesentón, no sé lo que suena peor. He desplegado mi actividad con la monotonía de lo habitual de una mañana de trabajo, quizá para acallar mi conciencia por irme de puente un martes por la mañana. Había poco que hacer. Si me hubiera pirado a las 10 no se hubiera resentido el despacho ni quejado nadie. Poco trabajo me ata a la mesa. Al final, me he esperado hasta que ha llegado Jose, mi hermano y socio.

Siempre que viajo mientras el resto de los mortales trabaja gozo de la oscura sensación de que estoy comportándome como una fábrica de envidia malsana para el resto de los mortales. No viajo para ello, sería estúpido. Pero es real. Y eso que seguro que en este puente mis conocidos y amigos se vuelcan en planes mucho más envidiables que los míos. Me da igual. Me voy para disfrutar de esa España casi escondida, rural, hermosa y muchas veces despoblada. Una España a veces incomprendida. O que quizá reza para que no se empastre con más gente de la que debe para no prostituirse y perder sus esencias. No obstante, el viajero tiene que estar preparado para encontrarse con otros viajeros o turistas, que también tienen derecho a disfrutar de los lugares hermosos.

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