Milagrosamente, el día amaneció
claro, despejadísimo, aunque con frío. Un día delicioso. Desayuné, recogí mi
equipaje y me despedí de Eva y del personal del hotel, que me habían tratado
como a un miembro de su familia.
El primer objetivo de la mañana
fue Suflí y Sierro. El desvío hacia las montañas tomaba un barranco ascendente
poblado de pinos que se alternaban con olivos. El sol reflejado en la parte
alta de sus copas provocaba un hermoso efecto cromático.
Atravesé Sufli por lo que me
pareció ser su calle principal. Era pueblo de cuestas y calles estrechas con
encanto, como los demás pueblos asentados en las montañas. Al entrar en la
Sierra de los Filabres y abandonar el valle, la población disminuía y se
dispersaba. La iglesia, un antiguo lavadero y los restos de un molino
conformaban sus lugares a visitar. Me llamó la atención el nombre de una calle,
la Mina, con la que asocié el pueblo con la actividad minera, tan habitual en
la zona.
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