Al llegar al hotel me asusté.
Noté que me afectaba una terrible afonía. Teniendo en cuenta que tendría que
dar diez horas de clase, temí que tuviera que suspenderlas. Al salir de casa no
arrastraba ese problema, aunque sí un catarro que me había dejado una tos incómoda.
Mis alumnos lo achacaron al polvo de mármol en suspensión y me aconsejaron
hidratarme abundantemente para combatirlo. El remedio fue bastante eficaz.
Fines continuaba igual de
tranquilo. Aparqué a unos metros de la plaza donde se ubicaba el ayuntamiento y
la iglesia, que había sido adornada con unos árboles navideños. En esa ocasión,
todos los pueblos se habían engalanado para las fiestas de Navidad.
Al entrar en la biblioteca noté
cómo el frío se había acastillado en la sala. Lo expulsamos a base de aire
acondicionado invertido. Antes de que nos diéramos cuenta la noche se había
afianzado.
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