Los chavales empezaban a los
seis u ocho años. Eran los encargados de subir las comidas a las canteras, que
estaban a 7 kilómetros de fuerte subida. Tardaban dos horas para cada trayecto.
Además del tiempo de espera para que comieran y recogieran y luego entregaran los
cestos en cada casa. Había que ganarse un hueco. Poco tiempo quedaba para la
escuela. Posteriormente, les iban enseñando las tareas más sencillas. En otra
imagen contemplé a un grupo de jóvenes.
En una de las vitrinas, Carmen me
mostró algunas piezas de las distintas épocas de la zona, que iban desde la
cultura del Argar, los fenicios, los romanos, los visigodos o la época de Al-Andalus.
Las canteras fueron una gran fuente de riqueza ambicionada por todos los pueblos
que ocuparon esta zona.
Otra de las vitrinas exhibía
diversos documentos. Uno de ellos fue clave para declarar que las canteras eran
comunales, propiedad del pueblo y no de los caciques. Entre 1912 y 1947 tuvo
lugar un pleito sobre la propiedad. Al final, la Audiencia Territorial de
Granada dio la razón al pueblo, que lo celebró con euforia en las calles. Durante
aquellos largos años, los caciques impidieron que determinadas cuadrículas se explotaran
y no dieron trabajo a los obreros que se posicionaron en su contra. Fueron años
de hambre y de emigración. Aquel evento se recordaba con una recreación
histórica que en abril había celebrado su segunda edición.
También me mostró los carnets de
la mutua que habían formado los trabajadores. Aportaban 10 pesetas de su
sueldo. Para muchos fue la forma de sobrevivir en tiempos de enfermedad o
accidente. Una baja prolongada hacía peligrar el puesto de trabajo.
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