De regreso, mi sorpresa fue mayúscula.
Mi guía en el Centro de Interpretación era una de mis alumnas en el curso:
Carmen. Era entusiasta y trasmitía el amor que sentía por la tradición cantera
de su localidad. El museo era interesante y realizar la visita con ella fue
todo un lujo.
El museo abrió tres años atrás por
iniciativa popular. Era entrañable porque las piezas habían sido donadas por
los antiguos trabajadores del mármol. Me sorprendió gratamente que acompañaban
a las piezas algunos paneles explicativos muy completos, en español e inglés.
Un detalle para los visitantes de otros países.
Carmen insistió en empezar ante
una fotografía que reproducía una imagen ampliada de 1920. Los canteros vestían
como cualquier otro lugareño, llevaban sombreros de paja (nada de casco), ninguno
llevaba gafas protectoras (tampoco de sol, pese al reflejo del mármol), con lo
que cualquier esquirla les produciría una lesión peligrosa y cubrían sus pies
unas alpargatas con la suela hecha de cubiertas de neumático. Hubo un tiempo en
que iban con alpargatas de esparto. El mármol las desgastaba rápidamente y
podía cortarles las plantas de los pies. Desde luego, las medidas de seguridad
eran inexistentes. Aunque trabajaban a cielo abierto las condiciones eran
durísimas. Quedaban sometidos a temperaturas desde cero grados, en invierno, a 40
grados en verano. También a la lluvia o la nieve. El instrumental era
rudimentario: mazo y escoplo. Las máquinas fueron muy posteriores.
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