La comarca del mármol, el oro
blanco, daba trabajo a casi cinco mil personas agrupadas en trescientas
empresas.
Desde la carretera se percibía
fácilmente: las naves y los talleres dedicados a la piedra eran una constante.
Los bloques o las montañitas de fragmentos acaparaban los laterales de la
carretera.
La señalización era mejorable. Anunciaba
Macael; luego, en la rotonda siguiente, desaparecía su referencia. Un consejo:
seguir hacia Olula, un pueblo grande y próspero, atravesarlo y, un kilómetro
después, Macael.
Lo primero que encontré fue el Parque
Tecnológico de la Piedra. Después, el mortero de mármol más grande del mundo,
récord Guinness. Luego, la subida hacia el centro de la localidad. Las calles
eran bastante estrechas. Cada vez que se alzaba una ráfaga de viento, cargado
con polvo o arena de mármol, al chocar contra la chapa del coche producía un
fuerte ruido.
El Centro de Interpretación estaba
cerrado. Me imaginé lo peor. Llamé al teléfono que ofrecía un cartel y me
contestó la persona encargada. Estaba realizando una visita guiada y regresaría
en unos minutos. Me dio unas breves y precisas instrucciones para visitar
algunos de los atractivos del pueblo.
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