Regrese a Suflí y conduje hasta
Purchena, la Hisn Burxana andalusí. Antes de llegar al pueblo una carreterilla
marcaba la subida al castillo, a las ruinas árabes y a la ermita del Carmen.
Pensé que de esta forma me ahorraría otra subida intensa a pie. Sin embargo,
desde el parking, aún quedaba una buena subida. En lo alto, el Sagrado Corazón
de Jesús.
El pueblo estaba a mis pies, con
la iglesia en primer plano y con la vega desplegada hasta el horizonte.
Los cerros que se asomaban al
valle estuvieron ocupados por castillos y atalayas que conformaban un completo
sistema defensivo. Aunque la alcazaba de Purchena era del siglo X, edificada
por marinos de Almería, su momento de máxima efectividad fue durante los siglos
XIII y XIV, la época Nazarí, por la fuerte presión cristiana. Y recordé unos
versos del poeta Ibn Jafaya:
Lo que en tu juventud
estaba poblado, desierto ha quedado.
Me he detenido a llorar
por unos vestigios borrados.
Las mejillas,
ennegrecidas cual trébedes,
Parecen ahora una zanja
abandonada.
El eje defensivo fue
precisamente esta fortaleza. Las atalayas emitían señales lumínicas para
comunicarse con los diversos puestos y trasladar las informaciones sobre
amenazas o ataques. Busqué en los otros cerros, ayudado por un panel
informativo, dónde podrían estar ubicadas esas posiciones. Me ayudó a
comprender ese ámbito y a apreciar el paisaje. Desde este lugar escuchaba una
banda de música, las sierras que utilizaban los trabajadores y el movimiento de
los coches.
Para resistir los asedios era
necesario acumular alimentos y agua. La torre del agua encerraba un nacimiento
con un aljibe que abastecían al castillo y la población. Estaba detrás de la
ermita, que había sido restaurada con fondos aportados por las gentes del
lugar, gente solidaria.
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