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Entre mineros y moriscos. El valle del Almanzora 28. El museo Ibáñez en Olula del Río.


 

Uno de los imprescindibles del valle era, sin duda, el museo Ibáñez, en Olula del Río. Tomé la salida del tanatorio, rebasé éste, giré a la derecha, bajé hacia la carretera, siguiendo los indicadores, y un giro a la izquierda me llevó ante una enorme cabeza blanca que había admirado en días pasados desde la carretera. Era obra de Antonio López, con el que el Ibáñez mantenía una gran relación. A un costado, una estatua le homenajeaba.

Reconozco que nada sabía sobre Andrés García Ibáñez, el artista que había impulsado este museo que aglutinaba su colección privada y obras de diversos artistas españoles desde Goya hasta nuestros tiempos. El museo lo gestionaba la Fundación Ibáñez Cosentino. Entré al edificio donde me esperaba una alberca con un pequeño genio y varias de las pinturas del artista almeriense.



La relación estilística con Antonio López se evidenció en las primeras salas. Sus cuadros me recordaban inmediatamente a los del manchego. La serie Mitos femeninos, en que aparecía habitualmente su compañera y posteriormente esposa, Rita (que también tenía su propia serie), y cuadros como Fidelidad o Miss Talita Brito, que fue devuelto por el padre de la modelo, eran claramente hiperrealistas. Estaban impregnados de sensualidad y erotismo.

La segunda sala me recordó a Lucien Freud y estaba teñida de ironía, como La sátira de la Democracia o Sacra Conversación, otra de las características del pintor, que gozaba de un humor fino o ácido. Algunos personajes como la reina de Inglaterra, la Duquesa de Alba, Fraga como el Conde-Duque de Olivares, o Franco en Las Meninas, no salían muy bien parados. El espíritu crítico se manifestaba en La muerte de Dios, posmoderno y turbador, fruto de su experiencia en el Tercer Mundo. También estaba influido por el expresionismo de Saura.



En la sala 3 criticaba la España negra, la de tradiciones caducas, en la serie Los Putrefactos, con Torero o La matanza. En la 4, la serie Naturalezas muertas. La siguiente era de paisajes, como Las ramblas del Saliente o las alegorías venecianas y la gran familia.

El museo homenajeaba a los pintores almerienses, como Federico Castellón Martínez, que emigró de niño a Estados Unidos y llegó a comandar el surrealismo americano. José García Ibáñez, su hermano, José Parra Menchón, “Ginés Parra”, amigo de Picasso, Perceval y los Indalianos, eran otros representantes locales.



También su colección incluía cuadros de pintura española de los siglos XIX y XX y los Caprichos, Desastres y Disparates de Goya.

La última sala, en la planta baja, la más amplia, recogía paisajes y escenas cotidianas del pintor.

Me quedé impresionado con lo bien montado que estaba el museo y la gran calidad de las obras expuestas.

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