Uno de los imprescindibles del
valle era, sin duda, el museo Ibáñez, en Olula del Río. Tomé la salida del
tanatorio, rebasé éste, giré a la derecha, bajé hacia la carretera, siguiendo
los indicadores, y un giro a la izquierda me llevó ante una enorme cabeza
blanca que había admirado en días pasados desde la carretera. Era obra de
Antonio López, con el que el Ibáñez mantenía una gran relación. A un costado,
una estatua le homenajeaba.
Reconozco que nada sabía sobre
Andrés García Ibáñez, el artista que había impulsado este museo que aglutinaba
su colección privada y obras de diversos artistas españoles desde Goya hasta
nuestros tiempos. El museo lo gestionaba la Fundación Ibáñez Cosentino. Entré
al edificio donde me esperaba una alberca con un pequeño genio y varias de las
pinturas del artista almeriense.
La relación estilística con
Antonio López se evidenció en las primeras salas. Sus cuadros me recordaban
inmediatamente a los del manchego. La serie Mitos
femeninos, en que aparecía habitualmente su compañera y posteriormente
esposa, Rita (que también tenía su propia serie), y cuadros como Fidelidad o Miss Talita Brito, que fue devuelto por el padre de la modelo, eran
claramente hiperrealistas. Estaban impregnados de sensualidad y erotismo.
La segunda sala me recordó a
Lucien Freud y estaba teñida de ironía, como La sátira de la Democracia o Sacra
Conversación, otra de las características del pintor, que gozaba de un
humor fino o ácido. Algunos personajes como la reina de Inglaterra, la Duquesa
de Alba, Fraga como el Conde-Duque de Olivares, o Franco en Las Meninas,
no salían muy bien parados. El espíritu crítico se manifestaba en La muerte de Dios, posmoderno y
turbador, fruto de su experiencia en el Tercer Mundo. También estaba influido
por el expresionismo de Saura.
En la sala 3 criticaba la España
negra, la de tradiciones caducas, en la serie Los Putrefactos, con Torero
o La matanza. En la 4, la serie Naturalezas muertas. La siguiente era de
paisajes, como Las ramblas del Saliente
o las alegorías venecianas y la gran familia.
El museo homenajeaba a los
pintores almerienses, como Federico Castellón Martínez, que emigró de niño a Estados
Unidos y llegó a comandar el surrealismo americano. José García Ibáñez, su
hermano, José Parra Menchón, “Ginés Parra”, amigo de Picasso, Perceval y los
Indalianos, eran otros representantes locales.
También su colección incluía
cuadros de pintura española de los siglos XIX y XX y los Caprichos, Desastres y Disparates de Goya.
La última sala, en la planta
baja, la más amplia, recogía paisajes y escenas cotidianas del pintor.
Me quedé impresionado con lo
bien montado que estaba el museo y la gran calidad de las obras expuestas.
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