Mi amigo Fernando, almeriense de
adopción y buen conocedor de la provincia, me aconsejó un ejercicio: cerrar los
ojos, trasladarme hasta este lugar y volver a abrirlos. ¿Creería que me
encontraba en Almería?
Realmente, era un buen ejercicio de abstracción. Me olvidaba de los kilómetros conducidos, reseteaba la mente para que funcionara de una manera pura y sin apriorismos, sin ideas preconcebidas que mediatizaran la percepción y dejaba que entraran aquellos paisajes en mi mente. Complicado. También enormemente útil. Un auténtico reto. Y, efectivamente, parecía estar en otro mundo que no coincidiera con un lugar de Almería.
Abrí los ojos de forma
ostensible para absorber las imágenes que se iban sucediendo en el camino. Como
indicaba un folleto, esta vertiente norte era de orogenia alpina, de montaña
cercana a los 2000 metros con bosques de pinos carrascos o encinas (algunas
centenarias como la de La Peana), matorral de tomillo, romero o retama. Este
matorral era el responsable de la magnífica calidad de la miel de la zona. Los
chopos, serbales, nogueras y cerezos eran mucho más escasos. Por debajo de esa
naturaleza se escondían ciervos, cabras montesas, jabalíes, zorros, liebres,
conejos, culebras bastardas y de herradura, lagartijas ibéricas y colirrojas y
lagartos ocelados (todo ello lo copio del folleto que me entregaron). Por el cielo,
águilas reales, grajos, urracas, gorriones o perdices. Toda una riqueza de
flora y fauna.
La zona estuvo poblada desde
antiguo. Leí que había restos prehistóricos en Tahal y Senés, las Piedras Labrás
de Chercos contaban con unos 4000 años, en Albánchez había un acueducto romano
y en Tíjola restos de villas romanas.
Durante siete siglos la zona fue
musulmana. En 1489 pasó a manos de los Reyes Católicos. En 1492, Gérgal y
Bacares cambiaron de señor: Alonso de Cárdenas y Osorio, comendador mayor de
León. Aunque Gutierre de Cárdenas gobernó este territorio hasta su muerte en
1503 con comprensión y tendiendo la mano a sus nuevos súbditos, la convivencia
entre musulmanes y cristianos se fue deteriorando hasta producirse la rebelión
de las Alpujarras. Durante la misma, Aben Humeya fue especialmente cruel con
los conversos, que habían abrazado la nueva fe en parte por el buen
comportamiento de Gutierre de Cárdenas. Al ejecutarse la orden de expulsión de
los moriscos en tiempos de Felipe III, la zona quedó despoblada y se repobló
con familias de Vizcaya y Valencia. Los vizcaínos trajeron la afición a la
pelota vasca, que aún perduraba en aquella comarca. Una parte de su pasado
ardió y se esfumó al convertirse en cenizas los archivos municipales en la
Guerra Civil.
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