Después de muchas curvas y
revueltas, de disfrutar desde el vehículo de un paisaje hermoso paré cerca de
Bacares y contemplé la población desde lo alto. Se encontraba al fondo de un
valle, en la confluencia de tres ríos, en una hondonada fértil. De vida
tranquila y sencilla, era un lugar aislado donde era posible la felicidad. Sobresalía
la torre de la iglesia. Afinando la vista observé los restos del castillo, que
también databan del siglo XIII, como los de Serón. Era un pueblo blanco con
tiestos de flores y parras, calles estrechas y mucho encanto. Su origen era
fenicio o tartesio, según parece deducirse de la importancia de las minas de la
zona. Habían localizado restos de fundiciones a campo abierto, propias de los
fenicios. Lo que más me llamó la atención fue que las montañas estaban
completamente abancaladas y cubiertas de árboles, olivos o almendros.
Me habían hablado de cierta
cueva, pero no apunté su nombre. Tampoco encontré ningún cartel que me
orientara o informara. En la página del ayuntamiento localicé la referencia a
varias cuevas y simas interesantes. La más larga de la provincia recibía ese
nombre, Cueva Larga o del Periodo. No tuve ocasión de visitar ninguna de ellas.
Sobre la población aparecía La
Tetica, una montaña a más de 2000 metros desde la que, en los días claros, se
podía ver África. En lo alto habían instalado una estación de radio que había
sustituido al enlace geodésico y astronómico entre España y Argelia de hace más
de un siglo.
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