El primer pueblo que llamó mi
atención fue Serón. Nació en el siglo XIII como plaza defensiva de los Nazaríes
para controlar el valle del Almanzora. Mi impresión es que también controlaba
el paso por la Sierra de los Filabres, que actualmente era la carretera hacia
Gérgal y Almería. El castillo dominaba una colina y sobre él asomaba una torre
reciente, del siglo XX, que contenía en su seno el mecanismo de un reloj y que
parecía querer cambiar la naturaleza del lugar, de militar a religiosa, de
musulmana a cristiana.
El pueblo se desplegaba por las
laderas de un montículo. Era compacto, blanco, geométrico y sólido. En otro
extremo, sobresalía la iglesia de la Anunciación, entre mudéjar y cristiana. El
conjunto era fotogénico y fui buscando la perspectiva más completa, el punto
desde el que pudiera fotografiarlo. Para eso necesitaba encontrar un lugar
donde parar el coche, lo que no era empresa fácil. Cuando lo conseguí, el
pueblo se me había venido encima. Como no me conformaba con ello, no lo perdí
de vista, incluso controlándolo por los retrovisores. Una carreterilla, que
marcaba la entrada oeste del pueblo, estrecha y que quería atar otra loma, me
dio una nueva oportunidad y en una pequeña explanada aparqué y me bajé del
coche. El premio era Serón a mis pies, alargado, enclavado en un precioso
entorno que me permitió comprender la ubicación elegida por sus fundadores.
El valle, limitado por la otra
línea de montaña (la Sierra de la Estancia), la vega agrícola, los pueblos que
se incrustaban donde podían, se desplegaba en un ámbito amplio. Era increíble
lo desperdigada que estaba la población y qué poblado estaba el valle. En la
montaña era otra cosa. En el horizonte se delineaba un extenso parque eólico.
Pegaba el viento con fuerza y permanencia.
Esta era zona de buen jamón,
buenos embutidos y quesos y, por supuesto, de excelente aceite. Los olivos
estaban por todas partes. Lo que no llegué a contemplar fueron vides, que,
según leí, estaban entre la Sierra de los Filabres y la de las Estancias.
La carretera subía, serpenteaba
y se despoblaba. La vegetación era cambiante. Algunas lomas estaban
completamente peladas y expuestas a las inclemencias del tiempo. En otras, los
árboles, principalmente pinos, daban verdor. Que aquella era zona de nieve en
invierno lo atestiguaban las señales de peligro por hielo y los palos que
marcaban la altura de la nieve. El clima ese día era fantástico y no había
amenaza alguna de nieve.
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