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Entre mineros y moriscos. El valle del Almanzora 4. Serón.


 

El primer pueblo que llamó mi atención fue Serón. Nació en el siglo XIII como plaza defensiva de los Nazaríes para controlar el valle del Almanzora. Mi impresión es que también controlaba el paso por la Sierra de los Filabres, que actualmente era la carretera hacia Gérgal y Almería. El castillo dominaba una colina y sobre él asomaba una torre reciente, del siglo XX, que contenía en su seno el mecanismo de un reloj y que parecía querer cambiar la naturaleza del lugar, de militar a religiosa, de musulmana a cristiana.

El pueblo se desplegaba por las laderas de un montículo. Era compacto, blanco, geométrico y sólido. En otro extremo, sobresalía la iglesia de la Anunciación, entre mudéjar y cristiana. El conjunto era fotogénico y fui buscando la perspectiva más completa, el punto desde el que pudiera fotografiarlo. Para eso necesitaba encontrar un lugar donde parar el coche, lo que no era empresa fácil. Cuando lo conseguí, el pueblo se me había venido encima. Como no me conformaba con ello, no lo perdí de vista, incluso controlándolo por los retrovisores. Una carreterilla, que marcaba la entrada oeste del pueblo, estrecha y que quería atar otra loma, me dio una nueva oportunidad y en una pequeña explanada aparqué y me bajé del coche. El premio era Serón a mis pies, alargado, enclavado en un precioso entorno que me permitió comprender la ubicación elegida por sus fundadores.



El valle, limitado por la otra línea de montaña (la Sierra de la Estancia), la vega agrícola, los pueblos que se incrustaban donde podían, se desplegaba en un ámbito amplio. Era increíble lo desperdigada que estaba la población y qué poblado estaba el valle. En la montaña era otra cosa. En el horizonte se delineaba un extenso parque eólico. Pegaba el viento con fuerza y permanencia.

Esta era zona de buen jamón, buenos embutidos y quesos y, por supuesto, de excelente aceite. Los olivos estaban por todas partes. Lo que no llegué a contemplar fueron vides, que, según leí, estaban entre la Sierra de los Filabres y la de las Estancias.

La carretera subía, serpenteaba y se despoblaba. La vegetación era cambiante. Algunas lomas estaban completamente peladas y expuestas a las inclemencias del tiempo. En otras, los árboles, principalmente pinos, daban verdor. Que aquella era zona de nieve en invierno lo atestiguaban las señales de peligro por hielo y los palos que marcaban la altura de la nieve. El clima ese día era fantástico y no había amenaza alguna de nieve.

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