Mis referencias sobre el pasado
minero de Almería se reducían al vistoso muelle de la capital de la provincia y
a Minas de Gádor, que fue cliente del despacho donde trabajé. Por eso me llamó
la atención los múltiples simbolillos que en la guía Campsa aparecían ubicando
minas en la provincia. En Arboleas querían recuperar la Mina de los Espejuelos,
de época romana, como reclamo turístico. En la zona de Cabo de Gata, en
Rodalquilar, hubo una mina de oro. Con esos antecedentes la visita a Las Menas
ganaba en atractivo. La carretera ya merecía la pena por sí sola.
Sin embargo, la primera
impresión fue de desolación. Bajé hacia el camping (que ocupaba el lugar del
antiguo hospital, según leí), aparqué en una pequeña explanada junto a un
barranco y contemplé unos edificios de piedra sin tejado. Saludé a un empleado
que descargaba un vehículo, me ubiqué en el mapa de un panel y me puse a
caminar sin una idea preconcebida.
El valle era bonito. El destrozo
ecológico que suele acompañar una explotación minera no se apreciaba demasiado.
Había zonas de tierras removidas, algunos agujeros en la montaña, como bocas hambrientas.
También pequeñas extensiones de bosque. Diseminadas por una extensión bastante
grande había antiguas dependencias, antiguos edificios, todos ellos sin tejado
y en estado ruinoso. El abandono parecía vencer a la conservación. El cierre en
1968 trajo el expolio de lo que no se pudo o no se quiso desmantelar.
Unos metros más allá encontré
dos largos edificios: las antiguas viviendas de los obreros (los solteros
ocupaban el pabellón de Santa Bárbara) reconvertidas en apartamentos
turísticos. Eran de piedra y bien conservados. Los obreros debieron disfrutar
de un nivel de vida envidiable para la España de la posguerra.
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