Después de atravesar un pequeño
tramo de carretera de doble sentido con naranjos bien cargados de frutos, la
autovía se prolongaba hasta Cosentino, la inmensa planta de producción de
piedra, la empresa más grande y de mayor influencia de la zona. Macael era
famosa por sus canteras de mármol blanco. Aunque la carretera volvía a
reducirse a un carril por sentido, con bastante tráfico, ya que los lugareños
la utilizaban como una calle más, estaba bien trazada y asfaltada. Los pueblos
se iban sucediendo y me llamó la atención la cantidad de pequeñas industrias,
de naves, de polígonos. Me había hecho a la idea de que aquello era netamente
agrícola.
La zona que más veces atravesé
fue la comprendida entre Fines y Armuña, de unos 15 kilómetros, que recorrí
cinco veces en cada una de mis incursiones. En Fines di clase, frente al
ayuntamiento. En Armuña estaba mi hotel, el Oasis o Valle de Almanzora. Olula del
Río, Purchena, Sierro y Suflí jalonaban ese trayecto. Hacia las montañas, a
ambos lados, otros pueblecitos anunciados en los indicadores de la carretera.
El tercer elemento que discurría
paralelo a la carretera y el río era la antigua línea férrea minera ya
desmantelada y convertida en vía verde para senderistas, caminantes, ciclistas
y curiosos. Aún permanecían las antiguas estaciones, los muelles de carga y
aquel pasado que fue de prosperidad hasta que en la década de 1960 echó el
cierre y terminó una época. Fue trazada entre 1887 y 1894 y unía Guadix,
Almendricos, Baza, Lorca y Águilas. Para poder conocerla había que poner pie en
tierra y buscar esos vestigios. Si, como yo, esperaba encontrarlos por
casualidad, el resultado era negativo. Era un consejo de los diferentes
folletos.
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