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Albania, el país de las águilas 131. Y una reflexión final.


 

Aún me quedaban un par de horas.

Fui regresando por la calle de mi anterior hotel, rruga Ismael, que ahora recorría de día. Me asombró la cantidad de coches negros de lujo conducidos por gente con aspecto siniestro o arrogante. Las mejores terrazas estaban cerca del hotel. Me senté en “Te Vila”, un local moderno y plenamente occidental. Aproveché para comer el menú del día a 750 leks, con una inmensa ensalada y una cerveza. Me acompañó la música moderna.

Observé a la gente pasar, uno de mis deportes favoritos cuando viajo. Había un poco de todo. Bastantes mujeres de buen ver. En el otro lado del local, una rubia que no paraba de hacerse selfies mientras vapeaba. Iba con un pantalón de chándal elegante plateado y un abrigo rosa. Se creía la más guapa.



Regresé a las primeras páginas de mi cuaderno de notas. Lo primero que me preguntaba era por qué había elegido este viaje. Y lo hacía nuevamente en aquel momento en que terminaba. Recordé que dos de mis amigos lo habían puesto en su cartera de viajes pendientes. Aunque, quizá, lo que buscaba era un viaje rompedor, a un lugar sin apenas referencias. Quizá quería crear envidia malsana, aunque tenía otras formas de poder hacerlo. Buscaba un lugar que no hubiera sido devorado por el turismo.

Mi conocimiento sobre los dos países que había visitado, como primera incursión en los Balcanes, me había despojado de ese prejuicio sobre la zona. Acogían lugares que eran Patrimonio de la Humanidad, sus paisajes eran impresionantes, habían abandonado con cierto éxito los regímenes comunistas y habían salido del aislamiento. Esto justificaba la gran ausencia de noticias sobre estos países.

Desde luego, el país de las águilas, garantizaba una pequeña aventura en nuestra Europa uniformada, menos de lo que pensaba en determinados aspectos. Habían potenciado sus singularidades intentando mantener controlados los nacionalismos. Me había encontrado en un cruce de pueblos que se habían llevado fantasmagóricamente mal hasta hace poco tiempo. La mezcla de poblaciones a un lado y otro de las diversas fronteras, siempre inestables, era una constante. La inmigración, otra.



En la guía hablaba de un país romántico y salvaje, prosaico y fascinante. Roto su aislamiento de décadas se entregaba a los viajeros para que estos lo admiraran, se empaparan de su belleza y aconsejaran el destino a otros viajeros. El turismo se había convertido en una gran fuente de ingresos y ningún país quería quedarse al margen de este reparto. Aunque fuera a costa de los perjuicios que puede arrastrar, que también los tiene, como otros países ya han sufrido desde hace tiempo y han reconocido.

Cuando vimos aparecer a Julián en otro vehículo distinto, con su leve sonrisa y su amabilidad eterna, supe que abandonaba el país sólo temporalmente. Porque me conjuré para regresar tan pronto como me fuera posible. Quedaba mucho que descubrir en Albania y Macedonia del Norte.

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