Aún me quedaban un par de horas.
Fui regresando por la calle de
mi anterior hotel, rruga Ismael, que ahora recorría de día. Me asombró
la cantidad de coches negros de lujo conducidos por gente con aspecto siniestro
o arrogante. Las mejores terrazas estaban cerca del hotel. Me senté en “Te
Vila”, un local moderno y plenamente occidental. Aproveché para comer el menú
del día a 750 leks, con una inmensa ensalada y una cerveza. Me acompañó
la música moderna.
Observé a la gente pasar, uno de
mis deportes favoritos cuando viajo. Había un poco de todo. Bastantes mujeres
de buen ver. En el otro lado del local, una rubia que no paraba de hacerse selfies
mientras vapeaba. Iba con un pantalón de chándal elegante plateado y un
abrigo rosa. Se creía la más guapa.
Regresé a las primeras páginas
de mi cuaderno de notas. Lo primero que me preguntaba era por qué había elegido
este viaje. Y lo hacía nuevamente en aquel momento en que terminaba. Recordé
que dos de mis amigos lo habían puesto en su cartera de viajes pendientes.
Aunque, quizá, lo que buscaba era un viaje rompedor, a un lugar sin apenas
referencias. Quizá quería crear envidia malsana, aunque tenía otras formas de
poder hacerlo. Buscaba un lugar que no hubiera sido devorado por el turismo.
Mi conocimiento sobre los dos
países que había visitado, como primera incursión en los Balcanes, me había
despojado de ese prejuicio sobre la zona. Acogían lugares que eran Patrimonio
de la Humanidad, sus paisajes eran impresionantes, habían abandonado con cierto
éxito los regímenes comunistas y habían salido del aislamiento. Esto
justificaba la gran ausencia de noticias sobre estos países.
Desde luego, el país de las águilas,
garantizaba una pequeña aventura en nuestra Europa uniformada, menos de lo que
pensaba en determinados aspectos. Habían potenciado sus singularidades
intentando mantener controlados los nacionalismos. Me había encontrado en un
cruce de pueblos que se habían llevado fantasmagóricamente mal hasta hace poco
tiempo. La mezcla de poblaciones a un lado y otro de las diversas fronteras,
siempre inestables, era una constante. La inmigración, otra.
En la guía hablaba de un país
romántico y salvaje, prosaico y fascinante. Roto su aislamiento de décadas se
entregaba a los viajeros para que estos lo admiraran, se empaparan de su
belleza y aconsejaran el destino a otros viajeros. El turismo se había
convertido en una gran fuente de ingresos y ningún país quería quedarse al
margen de este reparto. Aunque fuera a costa de los perjuicios que puede
arrastrar, que también los tiene, como otros países ya han sufrido desde hace
tiempo y han reconocido.
Cuando vimos aparecer a Julián
en otro vehículo distinto, con su leve sonrisa y su amabilidad eterna, supe que
abandonaba el país sólo temporalmente. Porque me conjuré para regresar tan
pronto como me fuera posible. Quedaba mucho que descubrir en Albania y
Macedonia del Norte.
0 comments:
Publicar un comentario