Salté al gran jardín, que intuí
la primera noche y que en aquel momento se mostraba radiante con su color verde
dominante y el esplendor de las flores de los árboles y del suelo. Me colé por
ese campo y me integré como un ciudadano más que aprovechara su ocio para
solazarse y disfrutar de la primavera. Se respiraba paz y sencillez, ambiente
familiar. Me gustó.
Iba sin una idea fija. Mejor. Me
dejé sorprender. Hice fotos de las estatuas, de la de un cantautor, de unos
niños que jugaban como los que lo hacían en vivo con sus sonrisas tiernas que
levantaban el ánimo de sus abuelos.
En una zona de bancos y mesas un
amplio grupo de abueletes jugaban concentrados al dominó y al ajedrez. No había
mucho diálogo. Los fotografié sin que se desconcentraran. Entre el verdor
aparecían unos montículos que, sin duda, eran antiguos bunkers.
Bajé hacia el lago. Un surtidor
arrojaba agua hacia el cielo con vigor singular. En la terraza junto a la
orilla se acumulaba gente de diversa edad y condición.
La mayoría eran paseantes. También
había corredores cansinos, ciclistas que se desesperaban por los grupos que les
impedían avanzar, solitarios en los bancos, chavalillas que se hacían fotos con
el móvil para subirlas a Instagram, criaturas que caminaban con esa cómica
torpeza de la niñez, parejas de amigas que se hacían confidencias, familias al
completo o por bloques, caminantes agarrados al móvil.
La orilla contraria estaba
bastante poblada de edificios y sólo la parte alta de las colinas exhibía un
poco de verde. Los colores de las casas escalonadas eran suaves, blanco o
pastel. Jugué con sus reflejos sobre el lago artificial y cuando me cansé
busqué el reflejo de las copas de los árboles con colores de otoño, a pesar de
la estación. Observé cómo se filtraban las aguas por los troncos de los
árboles.
Me senté a escribir un rato. Elegí
mal el sitio porque había una nevada de pelusas que eran una garantía de
alergia o asma. Me moví a otro banco y empezó a chispear. Me resguardé en el quisco
junto al lago. Me tomé un cortado que me permitió observar la tórrida lluvia a
cubierto. Las gotas impactaban sobre la superficie del lago, que no se
inmutaba. No le causaban ningún daño. Quizá mi pensamiento era absurdo. La
terraza estaba bastante llena. Fui escribiendo y contemplando el lago. Todo
ello me relajaba mucho.
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