La plaza de la Madre Teresa
albergaba varios edificios de la Universidad. Nuevamente edificios de la época
fascista, del arquitecto Bosi. El de la izquierda era el Arqueológico, uno de
mis objetivos frustrados. Tenía fama de ser uno de los mejores museos de la
ciudad. Habrá que esperar a otra ocasión para poder visitarlo.
Lo que más me llamó la atención
fue una instalación en el centro de la plaza. Crucé para verlo de cerca. Estaba
formado por decenas de zapatos rojos de todos los modelos y condiciones, la mayoría
de mujer. Había botas altas, deportivas, sandalias y zapatos de tacón. Me
recordó a la instalación de Budapest a orillas del Danubio. Allí recordaban los
zapatos que dejaban los ejecutados que eran arrojados al río. Me temo que algún
significado siniestro encerraba. Producía desasosiego.
En el pequeño jardín del
edificio de la derecha localicé unas curiosas esculturas de hierro marrón,
abstractas, sólidas, difíciles de interpretar, aunque estéticamente atractivas.
También dos bustos de mujer enfrentados, uno blanco y otro negro. El guarda de
seguridad de la universidad me miró con curiosidad. Busqué alguna placa que
informara del título y su autor. Agua.
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