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Albania, el país de las águilas 119. Un café y un paseo por la tarde.


 

Por 130 leks, algo más de un euro, podías disfrutar del espectáculo de la plaza Skanderbeg desde la tribuna privilegiada que era el café Ópera. Ese era el precio de un café machiatto, un cortado albanés.

La línea de terrazas del palacio de Cultura era suculenta. Un poco alzada por las escaleras, permitía un control casi total sobre la amplia plaza. Probablemente Hoxha y sus secuaces, que todo lo querían espiar y controlar, situarían a algún delator en esta posición para que tomara nota de las familias que paseaban, los niños que jugaban al fútbol o los turistas, si es que los hubiera en esa época, que se fotografiaban con los edificios de fondo. Y, por supuesto, estarían atentos a las sospechosas conversaciones de quienes se hubieran sentado con parecida intención ritual a la mía. Nadie quedaría decepcionado, incluso los espiados, por aquello del prestigio que les diera, aunque incómodo.



Julián y Dorian nos habían dejado en el hotel después de acompañar a los que volaban ese día con destino a Barcelona. Nos despedimos de ellos como merecían. Habían sido esenciales para que el viaje fuera tan estupendo. No habían escatimado esfuerzos, se habían volcado y nos habían demostrado que la hospitalidad albanesa era un hecho. Nos habían tratado con cariño y se habían ganado el nuestro. Aunque sea un tópico, no les olvidaríamos.

Cristina y Gustavo estaban cansados. Habían dormido mal y necesitaban una siesta. A mí me apetecía dar un paseo y me dirigí hacia la plaza, cómo no. Tomé el cortado y subí por una de las avenidas que desembocaban en ella, el bulevar del rey Zog I. No era una arteria para tirar cohetes. Los edificios carecían de un especial interés y su estética tampoco era rompedora. Eran vulgaridad urbana, prescindibles. Su interés radicaba en la gente con la que me crucé, que salía a disfrutar del domingo por la tarde. El cielo gris y la caída de una fina lluvia intermitente no les desanimó. Muchos optaban por resguardarse en los cafés y charlar animadamente.



Muchos de los comercios estaban cerrados. Sin embargo, me llamó la atención que estuvieran abiertos otros, como una tienda de móviles, una peluquería y algún otro que no creo fueran a facturar mucho. Los empleados que los atendían mostraban cara de aburrimiento feroz.

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