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Albania, el país de las águilas 117. La figura mítica de Skanderbeg.

 


Gjergj (Jorge) Kastroti nació en 1405 cerca de Kruja en el seno de una importante familia noble albanesa. Su padre, Gjon, era un príncipe hereditario y su madre una princesa. Su padre resistió a los turcos, aunque finalmente tuvo que claudicar y someterse a Beyazit I, pagar tributo y enviar a sus hijos como rehenes a la corte del sultán. Esa circunstancia sería esencial en el futuro de nuestro héroe al conocer desde dentro las estrategias y forma de actuar de sus archienemigos.

Kastroti se convirtió al islam y se formó en la escuela militar de Edirene. Allí destacó por su altura e imponente físico así como por sus dotes de buen combatiente y estratega. Durante veinte años combatió en los ejércitos turcos donde obtuvo importantes victorias que le valieron el sobrenombre de Iskender Bey, príncipe Alejandro, en referencia a Alejandro Magno. La deformación de esa denominación dio como resultado Skanderbeg.



En 1443, durante una batalla contra los húngaros, encontró la ocasión para abandonar las filas turcas con 300 soldados albaneses. Con su nuevo ejército conquistó Kruja. Abandonó la religión musulmana y juró venganza para su familia y Albania.

Por aquel entonces, Albania estaba formada por varios principados independientes. La única forma de sobrevivir a la pujanza otomana era mediante la creación de una alianza que combatiera de forma conjunta. Así nació la Liga de Lezhë, que comandaría Skanderbeg. Inmediatamente, iniciaron los trabajos para construir fortalezas y organizar un cuerpo de soldados que actuaría con tácticas propias de la guerrilla. Ante los ataques turcos a las fortalezas, esas unidades de defensa móviles serían las principales encargadas de hostigar a las tropas que asediaban las mismas. Fue una estrategia exitosa. La única derrota que se le conoce fue frente a las murallas de Berat en 1455.



Murad II lanzo varios numerosos ejércitos contra la molesta resistencia albanesa que se estrellaron una y otra vez. Recordemos que en 1453 había caído Constantinopla, que pasaría a denominarse Estambul. Su objetivo era la conquista de Europa. La contienda conoció pocos momentos de paz, más para recuperar fuerzas por el desgaste de las campañas que por un deseo de acabar con la pugna. Skanderbeg, que era tan buen soldado como hábil diplomático, supo atraer a su causa al rey Alfonso V, el Magnánimo, de Aragón y Nápoles, consciente de que la resistencia albanesa salvaguardaba su territorio. Le apoyó con tropas, armas, dinero y pertrechos.

Venecia jugó un papel ambiguo. Por una parte, apoyó la causa albanesa. Sin embargo, veía con recelo la ayuda aragonesa y la posibilidad de que perjudicara su comercio con los turcos. El Papa declaró su causa como una cruzada. En Vlad III Draculea, príncipe de Valaquia, tuvo otro gran aliado.

La muerte le sorprendió en 1468 en Lezhë. Aún resistieron los albaneses una década más.



Skanderbeg creó un sentimiento de patria entre los divididos albaneses. Hasta entonces no podía hablarse de algo parecido a un estado unitario. Por eso este pueblo se fijó en él para exaltar su espíritu nacional. Su popularidad se prolongó durante siglos y dio lugar a libros, como la obra de Marin Barleti, que, aunque basada en testimonios de terceros reflejaba el espíritu heroico. Fue publicada entre 1508 y 1510 y traducida a varias lenguas. Su figura alcanzó un carácter internacional. También se escribieron óperas en su honor y, en nuestra época, varias películas. La red principal de gasolineras del país se denominaba Kastroti.



Con esos recuerdos contemplé una vidriera que representaba las batallas que llevaron a los turcos a la conquista de Albania y los Balcanes. O un espectacular mural de Naxhi Bakalli en que reflejaba una batalla frente a los muros de Kruja con un realismo espectacular. Consultó a expertos nacionales y extranjeros para una mayor fidelidad.

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