Abandonamos la autovía del
aeropuerto y nos desviamos hacia Kruja. Para nuestra desgracia, nos encontramos
con un atasco provocado por una manifestación. Julián tomó hacia la derecha, al
contrario que la mayoría, y atravesamos una zona de construcciones ilegales de
la década de 1990 que ocupaba antiguos campos de cultivo. Eran de dos alturas,
algunas con buen aspecto. Inicialmente no tuvieron los servicios más básicos,
como agua, electricidad o saneamiento. Invadían el lugar y luego reivindicaban lo
necesario. Era un proceso habitual en el mundo.
Me pesaba el cuerpo. El descanso
de la noche no había sido suficiente para lavar el cansancio de mi persona. Me
faltaba aún ánimo y fuerza. El paisaje no ayudaba ya que era monótono e
impersonal.
En otra zona aparecieron varios
edificios modernos, todos iguales, de cuatro plantas, blancos, de cierto buen
gusto. Eran viviendas sociales construidas por el gobierno y entregadas a
quienes perdieron su vivienda en el terremoto de 26 de noviembre de 2019, cerca
de Durrës. Unos veinte mil apartamentos quedaron inhabitables. Murieron cincuenta
y dos personas.
Íbamos rodeando el aeropuerto. La
ciudad antigua de Kruja se atisbaba en la lejanía derramada por la montaña, a
600 metros sobre el nivel del mar. La bruma del día quejumbroso, que amenazaba
constantemente lluvia, difuminaba su contorno. Esa localización la convirtió en
una plaza inexpugnable. Resistió los embates de los otomanos. Además, al ser el
cuartel general del caudillo Skanderbeg se convirtió en un símbolo de la
resistencia a la pujanza turca.
En las inmediaciones del
aeropuerto observamos dos aviones antiguos, quizá de la Segunda Guerra Mundial
con esa belleza antigua de unos aparatos un tanto primitivos y románticos. Más
allá se acumulaba una docena de MIG rusos. Albania, en tiempos de Hoxha, llegó
a acumular unos 120 aparatos. La neura bélica del dictador, que siempre temió
una invasión de sus vecinos, le hizo acumular aparatos que eran regalados por
la Unión Soviética, seguro que a cambio de otros favores. Los búlgaros estaban
desarrollando una tecnología que permitiría reutilizarlos. Los estaba cediendo
a Ucrania, no sabíamos con qué suerte.
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