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Albania, el país de las águilas 112. Domingo por la mañana en Tirana.

 


Una musiquilla monótona me convenció para salir de la cama a las siete y media, media hora antes de la programada en el despertador. Aunque el día anterior me metí en la cama a las once y caí fulminado por el sueño inmediatamente, estaba tan cansado que creí que no me recuperaría con nueve horas de sueño. A las siete estaba despierto, vagueé un poco y me decidí a escribir unas líneas después de tantos días sin sistematizar mis notas, que seguí escribiendo, aunque con escasa devoción. No habíamos parado.

El hotel Boka era un antiguo palacete reconvertido a hotel con bastante elegancia. La habitación que ocupaba era amplia, acogedora, daba al bazar, de ahí el sonido musical, y su cuarto de baño era moderno, de mármol, cómodo y limpio. Valoro mucho el cuarto de baño de los hoteles. Da una de limpieza y mantenimiento.

Aquél era el último día para los que vinieron desde Barcelona. Era el primer signo de que el viaje se acababa. Cristina, Gustavo y yo aún continuaríamos un día más.



Las mujeres se habían levantado pronto y habían aprovechado para dar un paseo por el entorno del bazar y hacer alguna compra. No habíamos tenido muchas oportunidades. Estaba claro que estábamos de vuelta en el tema de las compras. Nadie se quejó de que no hubiera habido ocasión para ello, aunque quien más o quien menos quería llevarse un recuerdo, para ella, él o para la familia o los amigos. Los imanes son muy socorridos. Tampoco tuvimos la impresión de que hubiera algo esencial que hubiera que comprar. Quizá un icono. Nadie del grupo suspiró por una alfombra, unas babuchas o un gorro típico, muy apropiado para fiestas de disfraces.

Para ser tan temprano (las diez de la mañana) había mucho movimiento, como si los festivos movieran casi tanta gente como los laborables. No pregunté si aquí habían disfrutado de festivos o si se vivía la Semana Santa de alguna forma especial. Desde luego, no había procesiones, aunque el día anterior y ese mismo día observamos niñas con canastillas con pétalos, algún alimento y algún detalle más. Quizá se vivía en el ámbito familiar. Aún no era la Pascua ortodoxa, que se retrasaba unos días por la adaptación del calendario. Probablemente en los ámbitos rurales católicos hubiera alguna celebración más o menos intensa.



Mientras atravesábamos la ciudad en dirección a Kruja (o Krujë) y el aeropuerto fui consciente de que los edificios de vanguardia se alternaban con otros bastante cutres. Con una mano de pintura o un revoco no sé si se salvarían de un pensamiento negativo. Algunos recordaban tiempos de la dictadura comunista en que la belleza no era necesaria y el utilitarismo dictaba las formas con un perfil social. Algunas zonas se salvaban por los jardines y los parques, muy abundantes en toda la ciudad.

Gustavo comentó que el mejor negocio de la ciudad sería una empresa de andamios. Había construcciones, rehabilitaciones y reformas por todas partes. O de alquiler de plumas, las grúas de la construcción.

Cuando salimos del cogollo de la ciudad apreciamos muchos edificios de oficinas y negocios.

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