Cristina, Gustavo y yo nos
sentamos en una terraza en un lateral del bazar, que estaba rodeado por bares y
restaurantes modernos. La zona había expulsado cualquier vestigio de tradición.
Charlamos animadamente sobre el
recorrido y el grupo. El país nos había sorprendido gratamente, lo cual era
maravilloso. El grupo se había portado estupendamente, sin rarezas, sin
estupideces. Cayó una cerveza algo más oscura de lo habitual. Desde luego, mis
amigos eran unos forofos y unos entendidos en cervezas.
Tradita, uno de
los lugares que nos había aconsejado Dorian estaba cerrado. Nos acercamos a ver
a los músicos que habían llenado de estruendo tecno nuestro descanso. Karaoke
Night, el espectáculo gratuito que se ofrecía en el bazar, era incansable.
Nos encontramos con varias del
grupo e hicimos una revisión de los lugares para cenar. Un restaurante de
pescado estaba bastante matado y parecía más un lugar para tomar una copa. Otro,
una pizzería, había sido elegido por la familia catalana. Los otros dos
restaurantes no tenían sitio dentro y en la terraza hacía bastante frío.
Entramos en uno que ofrecía
barbacoa en donde cenaban una familia amplia, otra más reducida y un par de
parejas. Nos decantamos por él. Se unieron a nosotros Paula y Mariajo. Para
evitar trastornos a la hora de pagar la cuenta le propusimos al camarero que
hiciera cuentas separadas. El pago de la cuenta había sido todo un reto durante
el recorrido. Al ser las comandas tan diferentes lo mejor era que cada uno
pagara lo suyo, o al menos por grupos. Cristina, Gustavo y yo agrupamos la
nuestra. Pedimos una ensalada de lechuga y cebolla que venía en una fuente inmensa
y una parrillada mixta grande, muy abundante, y que dio para los tres. Una
nueva ronda de cervezas animó la espera.
Antes de las 11 de la noche
estábamos en el hotel.
Como los demás días, caí como un
cesto.
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