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Albania, el país de las águilas 109. De la plaza Skanderbeg a Blloku.


 

La remodelación de la plaza Skanderbeg era reciente y fue una de las apuestas del municipio. Fue peatonalizada y se construyó un aparcamiento subterráneo con cabida para unos trescientos coches. Hasta su remodelación, la atravesaba el tráfico. Alguna foto antigua había observado y ese tráfico no era agobiante, más bien anecdótico.

La estatua del héroe nacional había sustituido a una de Lenin de ocho metros de altura, que desapareció con la dictadura.



Dorian nos mostró los edificios gubernamentales. Ya no me parecieron mera arquitectura. Respiraban, se comunicaban conmigo. Me apené, como un ciudadano más, de la desaparición de aquel hermoso teatro italiano ejecutado por la especulación. Empezaba a considerar Tirana como mi ciudad de adopción. Sin duda, lo era.

Nos dirigimos a la catedral ortodoxa. Su campanario brillaba con la luz del atardecer. La altura de la gran mezquita, la catedral ortodoxa y la católica eran similares, algo más alta una u otra edificación si estaba en llano o en alto. Había que evitar suspicacias entre credos.

Frente a la catedral ortodoxa se alzaba un edificio que Dorian nos aconsejó visitar: House of Leaves, la Casa de las Hojas. Era el Museo de Vigilancia Secreta. Acogía una exposición sobre el espionaje a la población. Fue el cuartel general de la Segurimi, la represora policía política de Enver Hoxha. Durante la ocupación nazi albergó a la Gestapo. Desde luego, por sus antiguos inquilinos daba miedo visitarlo.



Cruzamos el río y entramos en el barrio de Blloku, donde estaba el hotel de nuestra anterior estancia. A pocos pasos se hallaba la casa donde vivió Enver Hoxha, una casa que tampoco presentaba un excesivo lujo. Como el chalet de una familia acomodada. Aquella casa, de apariencia agradable (que no había llamado mi atención en la anterior estancia), daba para todo tipo de rumores. Como el de “la ayuda al suicidio” de Hoxha a un Primer Ministro que se había desviado de sus dictados. Desde allí nos acercamos a otras casas que ocuparon los ministros del régimen. Nada hacía deducir a simple vista la transformación del barrio. Se había convertido en lugar de ocio con abundancia de bares y restaurantes.

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