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Albania, el país de las águilas 99. los placeres de una risueña mañana.


 

Llevaba un rato remoloneando en la cama cuando sonó el despertador a las siete. El sol penetraba con instintos juguetones por la única rendija de las pesadas cortinas. Lo interpreté como una llamada y las descorrí para abrir la puerta del balcón y asomarme al paseo. Para mi sorpresa me encontré a Esperanza haciendo fotos de esas primeras luces del día que auguraban una mañana risueña. El cielo sonreía y el lago le seguía la corriente. Era un lujo la imagen de la ciudad reflejada como en un cuadro abstracto sobre la superficie metálica del lago. Las nubes eran algodonosas, pequeñas, con un dejo de ternura. Un niño pequeño hubiera disfrutado estrujándolas y buscando sus sonidos. Hasta el castillo transmitía un mensaje de agrado por nuestra presencia.



En el desayuno me senté con Montse, Paula y Mariajo. No me convenció demasiado el desayuno que habíamos encargado cada uno la tarde anterior, pero repuse mis fuerzas y me despejó. Después de completar mis abluciones bajé al paseo con la idea de inmortalizar aquel momento, aquella estampa tan agradable y revitalizadora. La misma idea había tenido una parte del grupo y nos entregamos al sano oficio de fotógrafos. Nos hicimos una hermosa foto de grupo, como lo hubiera hecho una expedición al confín último de la tierra. Al otro extremo del lago, tras la cortina de la bruma evanescente, aparecían las cumbres de las montañas cubiertas de nieve. A mi izquierda se repetía la escena más consolidada.



Esa mañana estaba programada una caminata de unas tres horas. Subiríamos a unos 1.400 metros y descenderíamos hasta los 900 metros, hasta el pueblo de Elsani, a 10 kilómetros de Ohrid. Eran unos 4 kilómetros, según nos informó Dorian. Atravesaríamos una parte del Parque Nacional de Galicica, entre el lago Ohrid y el lago Prespa. Tomaba su nombre de una poderosa montaña. Según leí, su riqueza ecológica era reseñable, con una flora que abarcaba unas mil especies, con reliquias y endemismos. El pico más alto era el Magaro, de 2.254 metros.



Tomamos la carretera paralela al lago. El paisaje se desperezaba y nos ofrecía algunos pueblecitos y casas encaramadas a las laderas. Sobre el lago apareció una construcción de madera con varias cabañas, como un enorme palafito. Diez mil pilares de madera clavados en el lago habían constituido la estructura de este poblado antiguo que habían reconstruido tras las excavaciones entre 1997 y 2005. Era Bahía de los Huesos, habitado entre el 1200 y el 800 a. C. Sobre el poblado habían reconstruido también una fortificación romana.

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