Seguimos subiendo y alcanzamos
las murallas y la base de la fortaleza de Samuel, por el zar búlgaro. Estaba
cerrada. Cristina y Gustavo habían visitado su interior y no era demasiado
interesante.
Desde lo alto, las vistas sobre
la ciudad descendente hasta el lago, escalonado en casas blancas y tejados
marrón claro, eran excelentes. Captábamos esa ciudad de la luz de griegos y romanos.
Las montañas del otro extremo del lago se envolvían en la bruma ligeramente
iluminada por el deseo inquebrantable del sol para adoptar protagonismo. Ese
juego era hermoso y deleitaba la vista.
En la parte alta se alzaba el
monasterio de San Pantaleón. Su construcción se atribuía a San Clemente. De
nuevo nos trasladábamos al primer Imperio Búlgaro, al rey Boris I, que fue
quien se convirtió al cristianismo en 864 y propició la extensión de este credo
por todo el espacio de su imperio. Reinó entre 852 y 889.
Este lugar fue un importante
centro de instrucción. Aquí enseñaban el alfabeto glagolítico. En el
monasterio, que funcionó a modo de universidad, se formaron los clérigos en el
nuevo alfabeto cirílico, medicina y teología. Desde aquí partían hacia el resto
del este de Europa para formar a otros y difundir las enseñanzas cristianas.
Era el lugar más sagrado de Macedonia del Norte.
En el siglo XV fue convertida la
iglesia en mezquita. Un siglo después, se restauraron iglesias y monasterios de
la ciudad.
No pudimos acceder y trasladamos
su visita al día siguiente por la tarde.
La imagen de la imponente
iglesia con las aguas del lago a la espalda era fabulosa. En las inmediaciones
observamos las colinas en donde resaltaban las torres o cúpulas de las iglesias.
La presencia del lago era relajante.
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