La más importante de aquellas
numerosas iglesias era Santa Sofía. Nos recibía con su nártex de galería
cubierta. Dentro, nos esperaban sus frescos que, aunque muy deteriorados,
seguían impresionando al viajero.
Lo que visitábamos era el
resultado de varias reconstrucciones. La iglesia había seguido las vicisitudes
históricas de la ciudad, sus invasiones, sus cambios de dueño. En este solar
hubo una catedral metropolitana destruida por los eslavos en el siglo VI. Tras
la conversión al cristianismo durante el Primer Imperio Búlgaro se edificó una
iglesia que fue reconstruida a finales del siglo X. En ella tuvo su sede el
arzobispado de Ohrid hasta el siglo XVIII. Los turcos la convirtieron en
mezquita, según pude apreciar en una foto de 1913.
Normandos, bizantinos, el
Despotado de Epiro, serbios y albaneses habían pasado por la ciudad y dejado su
huella en el templo y en la ciudad, de importante valor estratégico, económico
y cultural. Lugar de paso, no se privó de ninguna invasión.
Los frescos eran de los siglos XI
a XIII y habían sido repintados varias veces. El iconostasio era sencillo y por
encima del mismo aparecía la Virgen entronizada. Los personajes de los frescos
se situaban sobre un desleído azul que dominaba la cabecera, la bóveda, los
muros, los arcos. Eran de hermosa espiritualidad. La segunda mitad del templo
estaba despojada de los mismos, salvo la escena de la dormición de la Virgen a
los pies de la nave. En época otomana fueron cubiertos de cal, como era
costumbre. Y quizá con ello se prolongó su subsistencia.
Me gustó el triple ábside. Al
otro lado del nártex se abría una triple arcada con una plaza.
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