Como no habían permitido que
hiciéramos fotos, Dorian consiguió un librito en donde explicaban la historia
del monasterio y recogían las imágenes de los frescos. Decidimos que se lo
asignaríamos a Begoña. Yo me acerqué para comprarlo y para mi sorpresa me lo
regaló el que vendía las entradas. Como le había manifestado mi interés por los
frescos me permitió fotografiarlos cuando quedó vacía la iglesia.
Visitamos otra capilla también
decorada enteramente por frescos, aunque modernos.
En la zona más cercana al lago
de los manantiales entramos en el restaurante Ostrovo para degustar las truchas
del lago o sus carpas. A la hora de pagar fue una pequeña odisea ya que cada uno
quería pagar lo suyo. Dorian obtuvo la traducción de los platos (estaban en
cirílico en el menú), con sus precios, yo fui recaudando el efectivo, una parte
pagamos con tarjeta, el camarero se estresó y no le cuadraba la cuenta y
tuvimos que repetir todo para convencerle de que le dejábamos de más.
Regresamos al autocar y
recorrimos los pocos kilómetros que separaban el monasterio de la ciudad de
Ohrid. La carretera iba tranquila. Hasta donde alcanzaba la vista, el lago
estaba rodeado de montañas coronadas por la nieve. El lago me pareció un mar. Se
había calmado un poco el oleaje que presentaba antes de nuestra visita.
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