Llegamos a Pogradec y al lago
Ohrid. La ciudad era moderna y triste, quizá porque el cielo volvía a amenazar
con lluvia y el viento soplaba con fuerza, lo que provocaba un oleaje que me
pareció inusual en un lago. Junto a él se alzaban varios hoteles con aspecto
mustio. La zona había sufrido un terremoto y tuvo que renacer desde sus
escombros.
El camino hacia la frontera, que
bordeaba el lago, estaba en obras. Tuve la impresión de que estábamos
ejecutando una acción clandestina y que tomábamos aquel camino de tierra para
evitar la intervención de los funcionarios de fronteras, todo muy peliculero.
Curiosamente, el puesto de la aduana había sido financiado con fondos de la
Unión Europea. Entre uno y otro puesto había unos trescientos metros. Nos
marearon un poco, pero pasamos sin incidentes. Nos esperaba el monasterio de
San Naum.
Nos habíamos encontrado varias
veces con la vía Egnatia, que comunicaba el sur de Italia con Bizancio cruzando
el Adriático desde Brindisi y atravesando los Balcanes. Una vía de comunicación
para los ejércitos, las personas, las mercancías y las ideas. Una de sus etapas
era Ohrid. Y en sus inmediaciones decidió San Naum fundar un monasterio. Otro
ilustre visitante de la zona fue San Pablo, que viajó también por la famosa vía
romana.
Julián aparcó el autocar e
iniciamos un hermoso paseo. A nuestra derecha quedaba el lago y poco después
alcanzamos la zona recreativa de los manantiales de Crn Drim. Las aguas del
lago Prespa desembocaban en el lago Ohrid. Ya habría tiempo para disfrutar de
ese paisaje con algo más de tranquilidad. Nuestro objetivo se anunciaba a unos
cientos de metros sobre un promontorio rocoso. El lugar acaparaba una gran
belleza.
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