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Albania, el país de las águilas 89. Saliendo hacia Macedonia del Norte.


 

Al salir de la ciudad pasamos ante la fábrica de la cerveza Korça, fundada por el italiano Umberto Umberti y el albanés Selim Mborijen en 1929. Desde entonces hacía la vida más agradable a locales y extranjeros. Doy fe de ello. Le rendimos honores como merecía.

Las afueras eran decepcionantes. Una antigua zona industrial abandonada creaba un paisaje urbano horroroso. Se sucedían bloques de casas proletarias que bajaban la moral a cualquiera.

Korça era famosa por sus productos agrícolas, especialmente las manzanas, con las que fabricaban sidra y compota, y las especias. La mayoría de las especias que se consumían en el país, como orégano o romero, procedían de la ciudad. También las exportaban a Estados Unidos.

Salimos con frío intenso, aunque sin amenaza de lluvia. Poco después, al entrar en la meseta, empezó a lucir el sol. Se sucedían los campos de cultivo, los pequeños pueblos, las casas dispersas.

Mi mirada se concentraba en esos retazos del paisaje que ofrecían una imagen parcial y fragmentada de la zona y del país. Mi ánimo parecía estancado, como a la espera de emociones fuertes. Vivimos tantas cosas que nos aburrimos de todo y no sabemos apreciar la avalancha desenfrenada, de ímpetu juvenil, de un río que nos acompaña, o las nubes que ponen todo su valor y empeño para cubrir las cimas de las montañas. Son enormes espectáculos que quizá no sabemos valorar en su justa medida porque se nos ofrecen sin aparente esfuerzo, sin adrenalina, diría. Los almendros en flor nos excitan en nuestra ciudad cuando eclosionan y, sin embargo, allí nos dejaban indiferentes.

Puede que la llanura estuviera traicionando ese espíritu que necesitaba sensaciones rompedoras. Abrí mi corazón para que no se perdiera nada.

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