Sin duda, el mayor atractivo de
la ciudad era el Museo Nacional de Arte Medieval y su magnífica colección de
iconos, muchos de ellos de los siglos XIII y XIV, o de los siglos XVI al XIX. Los
más interesantes eran de pintores tan reputados como Onufri (tanto el padre
como el hijo) o la familia Zografi. Abarcaba todas las épocas, autores, estilos
y representaciones. Muchos eran de la cercana Voskopoja, un importante centro
iconográfico en el siglo XVII. No dejaban hacer fotos.
Nada más entrar, a la izquierda,
sorprendía una amplia sala con una alta pared repleta de iconos. Aparentemente,
no seguían un orden. Era la temática la que daba armonía a esa primera e
impresionante colección que había que observar detenidamente, uno a uno,
parando y reflexionando, reteniendo rostros y gestos, escenas y personajes. Era
aconsejable volver a verla desde el balcón, a mitad de la escalera o al coronar
la primera planta. Era impactante.
La pintura ortodoxa seguía unas
reglas precisas, quizá para nosotros agobiantes y que dejaban poco espacio a la
creatividad, al genio libre de los artistas. Cada santo debía ser representado
de acuerdo a unas convenciones fijas que permitían identificarlos fácilmente.
La Virgen sólo podía ser pintada en nueve posturas. Destacar en ese mundo de
rígidas reglas era complicado, aunque había buenos ejemplos de lo contrario. Y
allí estaban para que los disfrutáramos.
La sección de Onufri era la más
importante. Había marcado una peculiar forma de representación de escenas
religiosas. Destacaban sus colores, el alma que trascendía de sus personajes
entre lo divino y lo humano. Imataban su pinceladas precisas, su espíritu que
captaba la esencia del alma de los personajes sagrados.
Conversamos en torno al gesto de
unión del pulgar con el anular, la representación de la última cena en círculo
y con tres personajes sin barba, las diferentes vírgenes y santos. Los dos
cuadros de San Jorge en pleno martirio resaltaban un ensañamiento cruel.
Quienes infligían el castigo eran otomanos, que simbolizaban al demonio.
El iconostasio que exhibían era
impresionante. No había que perderse otros objetos sagrados o las puertas
sagradas.
Una visita esencial.
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