El paisaje parecía repetirse en
una sucesión de voluminosas montañas, valles encajados y ríos caudalosos,
cielos pesarosos y un sol que vagaba por las alturas con más pena que gloria. La
carretera era una provocadora sucesión de curvas que ataban simbólicamente las
montañas en ascensos y descensos. Atrapó mi mente la palabra monotonía y no
podía vencerla en un entorno tan hermoso.
Las gotas se acumulaban en el
cristal y perturbaban mi visión. Difuminaban el dramatismo del paisaje, que se
transformaba en un escenario gris dominado por la lluvia. El sueño se había
apoderado del grupo y el ruido del motor era lo único que escuchaba mientras
Julián conducía con pericia.
Esta fue la etapa más larga y
extenuante del viaje. La carretera era cada vez peor y acabó convirtiéndose en
un camino de cabras. Los baches hacían peligrar los bajos del autocar.
La carretera había sido trazada
por los italianos al inicio de la Segunda Guerra mundial, tras la invasión, con
escasa resistencia de Albania. El objetivo de los fascistas era invadir Grecia,
como ya comentaba. Estábamos bastante cerca de la frontera. La invasión fue un
fracaso. En la zona hubo un frente que se enquistó para los invasores, que
sufrieron muchas bajas. A los que colaboraron con los italianos los denominaron
“ballistas”, por ser miembros del Balli Kombëtar, el Frente Nacional.
La guerra fue tan dura que
muchos soldados decidieron desertar. Se quedaban como criados de los campesinos
albaneses que les dieron casa y comida y, lo más importante, protección. Si los
encontraba el ejército eran inmediatamente fusilados.
También quedaron como criados
tras la capitulación aquellos que no pudieron ser repatriados por falta de
barcos o por el temor a ser hundidos en el trayecto. Para el general del libro
de Kadaré era una vergüenza inaceptable:
Cuántas
veces habremos tenido que enrojecer de vergüenza al oír que alguien dice que
nuestros soldados se arrastraban hasta el extremo de dedicarse a lavar la ropa
y a cuidar las gallinas de los aldeanos albaneses.
Primero vendieron sus armas y
luego se ofrecieron para cualquier trabajo. La dignidad no contaba.
En esas elucubraciones andaba
cuando apareció un amplio meandro en forma de herradura, una de las imágenes
más bonitas del viaje. La carretera se deslizaba por la parte alta del valle,
con lo que constituía un excelente mirador. El alma tortuosa de la carretera de
montaña se apiadaba de nosotros y nos regalaba ese espectáculo, al que
contribuía un cerco de altas cumbres adornadas por una cinta de niebla. Pusimos
pie a tierra, estiramos las piernas y nos desperezamos. Volvió a escucharse la
alegría del grupo mientras hacía unas estupendas fotos.
La siguiente referencia que
marcan mis notas es Leskovic, algo así como” el río avellana”, al pie de la
montaña Melesini, cerca de la frontera con Grecia. Aquí tuvo lugar una batalla
en 1831. Era tierra de bektashis.
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