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Albania, el país de las águilas 85. Un último impulso hasta Korça.

 


Se sucedían los pequeños pueblos, las casas dispersas. No sabía cómo combatir la monotonía. En ocasiones, tenía la impresión de que la retorcida carretera SH 75 nos llevaba de regreso, como que no avanzábamos. La nueva serie de baches nos sacaba de dudas, rompía el sueño. Gracias a ellos pudimos gozar del paisaje, que seguía siendo salvaje, primitivo. Los altos pinos a veces cerraban el paso a la vista.

Paramos en un restaurante junto a un pequeño lago o estanque, quizá un lugar para veraneantes o excursionistas. En esta época del año no debía acudir mucha gente. El cielo ahondaba en su negrura y la noche se anticipaba.

Sobre las siete y media entramos en Ersekë. Nos quedaban unos 30 minutos hasta Korça por una carretera algo mejor, lo que fue un gran alivio para todos. Cuando llegamos a nuestro destino estábamos machacados. Menos mal que el hotel Park Plaza estaba muy bien y a poca distancia del bazar.



Necesitaba despejar mi cabeza, embotada por las últimas cuatro horas de baches y curvas. Lo normal hubiera sido quedarme tumbado sobre la cama. Me hubiera quedado dormido vestido. Sin embargo, Dorian nos citó en recepción media hora después para acompañarnos a cenar. Fue mi salvación.

La ciudad no estaba muy animada, aunque había gente en las terrazas cubiertas cenando o viendo el fútbol. Estaba iluminada. Pasamos ante la catedral, nos desviamos a la derecha, luego giramos a la izquierda y nos topamos con el bazar. Dorian aconsejó un restaurante y allí nos metimos. Yo cené sopa para restablecerme y las salchichas de carne picada que eran típicas de la ciudad. Por supuesto, con cerveza Korça, que lógicamente se fabricaba aquí.

La conversación fue animada. Fuimos los últimos en salir. Cerraron inmediatamente después. Regresamos al hotel despacio.

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