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Albania, el país de las águilas 83. Përmet y el baño en el torrente Langarica.


 

Íbamos mal de tiempo, así que Dorian propuso comprar algo y comerlo en la zona de las aguas termales. Mireia no comía carne y Lydia no podía tomar queso o derivados. Dorian nos llevó a todos por Përmet hasta una tahona que conocía. Fue una maniobra un tanto desastrosa porque las indecisiones nos retrasaron. Lo bueno es que nos permitió ver Përmet, una ciudad nueva de arquitectura socialista que había sido destruida por los fascistas y los nazis. Ofrecía buena gastronomía, buenas mermeladas y afamados restaurantes. Gozaba de un par de buenos hoteles.

Este fue el punto de partida de la resistencia albanesa durante la Segunda Guerra Mundial. En el congreso de 24 de mayo de 1944, Enver Hoxha fue elegido presidente del gobierno provisional. Aquí tuvo su sede el primer gobierno albanés. Un monumento homenajeaba a los partisanos que lucharon contra el invasor. Los italianos pretendían invadir la cercana Grecia y les sorprendió la férrea resistencia de los albaneses.



Aquella fue una guerra de guerrillas, de escaramuzas en que el terreno montañoso favoreció a los albaneses, acostumbrados a él. Kadaré, nuevamente en El general del ejército muerto, nos dejaba su impronta en el diálogo de sus dos personajes principales que reflexionaban sobre diversos aspectos del país:

-Aquí, la guerra no fue como el resto de las guerras -continuó el general.- No se ha librado en los frentes. Se infiltraba en todas partes como un virus, en cada célula de este país, y a ella se debe que su naturaleza fuera distinta de las demás.

-Fue así porque los albaneses, por naturaleza justamente, son proclives a la guerra -dijo el cura-. La asumen y la abrazan con plena conciencia. La guerra ha llevado a constituirse, por así decirlo, en parte integrante de esta nación, le ha intoxicado la sangre como ocurre con los alcohólicos. Debido a ello es aquí tan horrible […] Existen pueblos, decía, que se lanzan a la guerra con celo desenfrenado y son precisamente esos pueblos los más peligrosos.

Dorian, a la vista de los resultados, encargó dos empanadas enormes en un merendero cercano a los baños. Las mujeres habían cargado más de lo que podían comer y agotado las existencias. Yo, que me tuve que conformar con una torta y un poco de fruta, me comí los excedentes que me ofrecieron de buena gana. Había que ser solidarios.



Unos minutos más tarde estábamos en el cañón o la garganta del torrente Langarica. Junto al puente otomano Kaduit, o del Juez, había una poza con aguas termales y un fuerte olor a azufre. Solo nos atrevimos a bañarnos Montse, Paula, Mariajo y yo. El resto nos observaron con cierta envidia o pensando en nuestra insensatez. El agua estaba tibia, relajante, pero en cuanto sacabas un brazo o una parte del cuerpo notabas el frío ambiental. No lo prolongamos en exceso para no retrasar más aún nuestro apretado itinerario. En los baños de Benjë o Banjat me hubiera quedado bastante más admirando el desfiladero, las cuevas y el entorno salvaje.

Las empanadas de espinacas y requesón estaban deliciosas y alrededor de dos mesas grandes charlamos y nos reímos de lo lindo contando anécdotas. Por supuesto, con una buena cerveza. Por algo la guía hablaba de “lugares remotos y delicias albanesas”.

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