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Albania, el país de las águilas 79. El Parque Nacional de Bredhi i Hojovés.


 

Junto al río se alzaba un lujoso hotel, el Uji Ftohte Tepelene.

Estábamos en tierras del Parque Nacional de Bredhi i Hojovés, o de los abetos de Hotora. Esa reciente declaración de protección había paralizado varios proyectos hidráulicos que habían sido fuertemente contestados por la población local. La bravura del río podía traer riqueza, aunque a costa de la destrucción de su riqueza ecológica y paisajística. El espectáculo natural de fuerza viva habría quedado afectado irremisiblemente. A tramos regulares, un restaurante permitía desde su terraza una vista panorámica especial y mágica sobre el río enfervorecido.

Me gustaban las alternancias de valles amplios y encajados. Un pueblo, una aldea, un giro inesperado del río cambiaban el panorama para deleite del observador. A veces elucubraba sobre quedar atrapado en una emboscada aprovechando el efecto de embudo de las montañas.



Las nubes, la nieve, la montaña pelada y oscura, las ondulaciones de la falda verde que se resistían a oscurecer sin sentido, la horizontal cultivada o los campos preparados para que pastoreara el ganado, el verdor jugoso y lujurioso, los sectores partidos de color tierra, algún pequeño árbol huérfano de compañía, el escalón geológico al otro lado, hasta el río, casi simétrico del nuestro, la montaña y su acercamiento o alejamiento, las instalaciones y construcciones inútiles y abandonadas, las ovejas, los cables de la luz, un pueblo en la falda de la montaña, otro que se aferraba en las alturas, el río que lo organizaba todo: imágenes que pasaban unas veces cautelosas y otras efímeras y fulgurantes.

Me quedé embobado con lo que se me ofrecía. Me sentí dichoso y privilegiado.

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