Paramos a comer en un
establecimiento moderno de autoservicio emplazado en un lugar del valle muy
hermoso. La comida era bastante decente: arroz con espinacas, que utilizaban
mucho en este país, pechuga a la plancha con patatas al horno y yogur que había
que rebajar con un poco de azúcar. Y, por supuesto, una cerveza, en este caso
italiana: Moretti.
Comí con Pilar, que tendía a
aislarse desde que se marchó Begoña por la enfermedad de su hermano. Era una
mujer sencilla y agradable. Me caía bien, y hubiera deseado que las
circunstancias fueran otras para demostrar su alegría.
No tengo muy claro cuál fue
nuestro recorrido. Iba cansado y me pegué más de una cabezada, con lo que mis
notas fueron escasas y confusas.
Quizá la primera ciudad al otro
lado de la frontera fue Prrenjas, del distrito de Elbasán. Dejamos el Parque
Nacional de Shebenik-Jabillanica a nuestra derecha, alcanzamos Librazhd y por
la SH3, con la compañía del río Shkumbin (que en mis notas aparecía como Skope),
alcanzaríamos Elbasan y de allí, por la A3 pasaríamos Krrabé y prolongaríamos
hasta Tirana, que fue donde me desperté.
Era un paisaje de montaña no
demasiado alta, casas dispersas y aldeas incrustadas en las cuestas del paisaje,
con alguna ciudad algo más densa. Muy bucólico, alimentado por mi mente
semionírica, por el sueño y el cansancio. Una ciudad amplia a unos 70 kilómetros
de Tirana debió ser Elbasán.
El sol penetraba en las flores
de los cerezos o los almendros, blancas o rosas, vibrantes, en el humilde verde
de los hierbajos del borde de la carretera o la cuneta, en las hojas de los
árboles. Forjaba colores plenos de alegría y primavera.
Entramos en Tirana por la zona
de la Universidad. Atravesamos la ciudad que vivía una animación especial. Las
terrazas estaban repletas de gente.
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