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Albania, el país de las águilas 105. De San Salvador a Vevchani.


 

Coronamos y sentimos de golpe todo el gozo de cumplir un reto. Afloraron las sonrisas, nos relajamos y nos fotografiamos. Montse comentó que notaba una gran energía en el lugar. Si habían elegido aquel lugar para erigir una iglesia es porque el mismo estaba bendecido por los dioses. Que cada cual asignara la fuerza a quien quisiera, sería imposible negarla. Las alturas, los lugares apartados, eran especiales lugares de encuentro con esas fuerzas inexplicables.

La iglesia era pequeña, una ermita sencilla. Estaba en obras para su rehabilitación. Quien trajinaba allí era esloveno y charló un poco con Dorian y con alguno más. Este operario debía subir todos los días para cumplir con sus menesteres. Me atrevería a afirmar que estaba bien bendecido.



El bosque desplegado a nuestros pies parecía retener celosamente algo secreto. Nos observaba al modo que lo hacen los bosques y sus espíritus, claro. Desde aquel privilegiado mirador se abarcaba un ámbito de mensaje poderoso. Los que habíamos llegado los últimos entramos en la iglesia y contemplamos los iconos. Me fijé en dos velas encendidas, quizá por alguno de mis compañeros. Retuve el aliento para retener la experiencia.

Subimos a una peña a mayor altura que la iglesia. Todo fue admiración. Los suaves colores transmitían espiritualidad. El aire absorbía la mente para dejar paso al corazón, a un diálogo etéreo, difuminado en sus contornos, como los perfiles del horizonte. Era otra forma más de sentir, de vivir, incluso de gozar.



El descenso fue fluido, casi rápido. Permitió esa nueva visión que completaba la sufrida del ascenso. Una cruz marcaba el paisaje.

En el pueblo nos esperaba una buena cerveza. Dorian nos comentó que Vevchani, con la creación del país y para atraer al turismo, había formado una república independiente, sólo reconocida por los vecinos del pueblo, con su propio pasaporte y moneda. Aquel conglomerado de etnias se significaba de forma tan peculiar. Dudaba si interpretarlo como una cachondada de un grupo de vecinos en un momento de euforia o como una manifestación más de los particularismos destructivos que tanto mal habían hecho a la zona.



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