El ritual de la mañana fue casi
idéntico al del día anterior. Esta vez notaba ciertas agujetas por la caminata
descendente. Nada que ver con las que terminaría el día tras una subida
selectiva hasta la iglesia de San Salvador, en Vevchani.
Desayuné en animada conversación
y mirando al lago, lo que no impidió que sintiera nostalgia. Era nuestra última
mañana en Macedonia del Norte lo que nos recordaba que el viaje se acercaba a
su fin. Para los de Barcelona, el penúltimo día. Para Cristina, Gustavo y yo,
el antepenúltimo.
Quizá por todo ello el tiempo se
apiadó de nosotros y volvió a regalarnos una mañana radiante, de sol picón y
nubes cariñosas. La brisa apaciguaba sus efectos.
Salimos en dirección norte
rodeando el lago por su lado oriental, el que habíamos observado en la lejanía.
En la corta distancia nos llenaba de optimismo. En el corto trayecto
contemplamos las casas y pueblos junto al lago, hermosos, agradables. Incitaban
a romper con todo y quedarse unos días más.
Dorian nos informó de que un 25
por ciento de la población de Macedonia del Norte era de origen albanés, lo que
había dado lugar a una presencia de los partidos de esta etnia en su órgano
legislativo, con seis ministros en su actual gabinete ejecutivo. Estaba clara
la mezcla de etnias en todos los Balcanes. También leí que en la segunda mitad
del siglo XX muchos turcos de la zona huyeron del país. Los periodos de
convivencia se alternaban con los de odio al diferente por raza o religión.
En torno al lago vivían unas 125.000
personas. La UNESCO había aconsejado que no creciera la población ya que ello
podría suponer una presión sobre su delicado equilibrio ecológico. Sostenibilidad.
Recordó que la zona era Patrimonio de la Humanidad.
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