Nuestra siguiente visita fue el
monasterio de San Pantaleón, que la tarde anterior vimos desde las vallas. Las
excavaciones iban a buen ritmo y habían descubierto varias basílicas, quinientas
tumbas de monjes en una necrópolis, hermosos mosaicos y objetos de épocas
romana y veneciana, lo que demostraba que la antigua Lychnidos, la ciudad de la
luz de los griegos, era un importante centro comercial desde siempre. Dimos un
paseo por lo que fue la antigua universidad. También ofrecía magníficas vistas
sobre el lago y las montañas nevadas. Entramos en la iglesia y admiramos su
decoración.
Es increíble cómo cambian los
lugares con el cambio de las condiciones del cielo y el sol. San Juan Kaneo nos
había gustado por su valor paisajístico, pero nos habíamos quedado con ganas de
disfrutarlo con el juego del sol, a contraluz, coronado por nubes amistosas. La
fotogénica iglesia nos esperaba para aceptarnos en su interior y degustar los
frescos de San Clemente y San Erasmo, Constantine Kavasilas y la comunión de
los apóstoles. Nos demoramos en su entorno para apreciarla en su totalidad.
Como alternativa al regreso en
barca, seguimos una senda que se pegaba a la orilla junto al talud de la
colina.
Unas cervezas premiaron nuestro
esfuerzo.
Como estaba complicado conseguir
mesa en los restaurantes aconsejados cenamos en el hotel.
La ciudad se vestía con sus
galas nocturnas.
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