Julián y su autocar nos
depositaron en el hotel. Cristina, Gustavo y yo nos lanzamos a descubrir lo que
aún no habíamos degustado de la ciudad.
Quedó una tarde espléndida, como
de encargo, de esas con las que sueñas al organizar un viaje. De postal. La luz
permitía recorrer con la vista todos los detalles del lago y sus montañas, de
los pueblos asentados en sus cuestas, de los colores y matices. El paseo se
llenó de gente que aprovechaba ese regalo del cielo.
Nos infiltramos por calles
similares a las de la tarde anterior, subimos hasta el teatro, continuamos
buscando un atajo hacia el castillo, nos equivocamos y tuvimos que rectificar,
paramos un par de veces para observar la mezcla de paisaje urbano y natural y
alcanzamos los muros de la fortaleza del zar Samuel, enorme y gloriosa, que
había conocido todas las vicisitudes de la historia de la ciudad. Eran 3 kilómetros
de murallas que en algunos puntos se elevaban a 16 metros. La jalonaban dieciocho
torres.
Polibio escribió que, en tiempos
de Filipo II de Macedonia, se tomó la decisión de construir una fortaleza en la
colina. El historiador Livy, en el 208 d.C., menciona la misma, y en el 478
d.C. el cronista Malchus comentó que el rey ostrogodo Teodorico no pudo
conquistar el Epiro por la resistencia que encontró ante sus muros.
El zar Samuel (976-1014) le dio
su configuración actual durante los últimos años del Primer Imperio Búlgaro,
cuando Ohrid fue su capital. Tras su caída pasó a Bizancio y Basilio I la
destruyó completamente. Alexis Comneno la reedificó en la segunda mitad del
siglo XIV. También la reestructuraron los turcos. En el año 2000 iniciaron su
restauración y las excavaciones arqueológicas.
No pudimos entrar, por lo que
nos conformamos con las fotos de un panel informativo y las excelentes vistas,
que no era poco.
0 comments:
Publicar un comentario