Aquel sistema paralelo de regir
las vidas de estas personas abarcaba la mayor parte de los aspectos de su
existencia. A la venganza se unían otros preceptos con sanciones temibles. Algunos
incumplimientos graves podían aparejar la destrucción de una casa o una aldea,
como la violación de la besa, de la tregua, de la palabra de honor:
Cuando
comprobó que las cuatro piedras angulares de los cimientos habían sido
arrancadas, supo que estaba ante las ruinas de una casa que había violado la besa.
Había oído decir que así se procedía, una vez incendiada la casa, cuando se
cometía la más grave violación del kanun: la traición al amigo vinculado
por la besa.
Gjorg conocía
cómo había sido castigado en su aldea años atrás un quebrantamiento de la besa.
El homicida fue ejecutado por la aldea, sin derecho a ser vengado. La casa
donde el amigo había sido traicionado, a pesar de que sus moradores no eran
culpables, fue incendiada. Su propio dueño portaba la tea y el hacha,
declamando, según la tradición: “quede yo libre de mal ante la aldea y la
bandera… pues, tal como está establecido, puede haber perdón para la muerte del
padre, del hermano, incluso del propio hijo, pero jamás para la del amigo
ultrajado”.
No todos los castigos implicaban
la muerte y la destrucción. El código consuetudinario era menos tajante, aunque
siempre severo, en otros casos:
Los
castigos eran múltiples: aislamiento o lección, como decía el kanun,
cuando la persona era aislada de por vida de todo y de todos (excluida de los
entierros, las bodas y de tomar harina prestada). Abandono obligado de las
tierras en baldío, acompañado de la tala de los árboles del huerto. Imposición
de ayuno (en la familia). Prohibición de portar armas al hombro o a la cintura
durante una o dos semanas. Encadenamiento y arresto domiciliario. Deposición
del dueño o dueña de la casa de su potestad familiar.
La muerte estaba omnipresente en
la vida de aquellos montañeses del norte que no entendían ésta sin aquella:
Le hablo
de lo absurdo de la vida y de la realidad de la muerte en el norte, del hombre
de la montaña, que es valorado o menospreciado precisamente en función de las
relaciones que establece con la muerte; del terrible augurio que expresan los
montañeses al nacer un niño: “¡Que tengas larga vida y que te mate un disparo!”,
testimonio de que la muerte natural, por enfermedad o vejez, resulta indigna
para el hombre de las cumbres.
Era una cuestión de honor y de
hombría. Quien no se plegaba a ello era despreciado por la comunidad que
aceptaba esa “constitución de la muerte”. Para el estudioso del kanun en
la novela, Besian Vorpsi, era una constitución monumental de la que los
albaneses debían estar orgullosos por haberla concebido, alejándose de las
críticas que la consideraban brutal y anacrónica:
El
Rrafsh es la única región de Europa que, a pesar de formar parte de un estado
moderno, insisto, de un estado europeo moderno y no la morada de tribus
primitivas, ha prescindido de las leyes, las estructuras jurídicas con mala
policía, los jueces, en una palabra, la del conjunto de la maquinaria estatal; los
ha rechazado, entiendes, los ha poseído tiempo atrás y los ha rechazado para
sustituirlos por otras leyes, leyes morales, tan completas que han obligado a
las administraciones extranjeras de ocupación y más tarde a la del estado
albanés independiente a reconocerlas y a dejar de este modo el Rrafsh, es decir,
casi la mitad del reino, al margen de su propio control… Así pues, el estado
aparenta no ver lo que sucede, puesto que sabe que su maquinaria judicial
saltaría hecha pedazos a la primera confrontación con el antiguo código.
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