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Albania, el país de las águilas 71. El Kanun III

 


Aquel sistema paralelo de regir las vidas de estas personas abarcaba la mayor parte de los aspectos de su existencia. A la venganza se unían otros preceptos con sanciones temibles. Algunos incumplimientos graves podían aparejar la destrucción de una casa o una aldea, como la violación de la besa, de la tregua, de la palabra de honor:

Cuando comprobó que las cuatro piedras angulares de los cimientos habían sido arrancadas, supo que estaba ante las ruinas de una casa que había violado la besa. Había oído decir que así se procedía, una vez incendiada la casa, cuando se cometía la más grave violación del kanun: la traición al amigo vinculado por la besa.

Gjorg conocía cómo había sido castigado en su aldea años atrás un quebrantamiento de la besa. El homicida fue ejecutado por la aldea, sin derecho a ser vengado. La casa donde el amigo había sido traicionado, a pesar de que sus moradores no eran culpables, fue incendiada. Su propio dueño portaba la tea y el hacha, declamando, según la tradición: “quede yo libre de mal ante la aldea y la bandera… pues, tal como está establecido, puede haber perdón para la muerte del padre, del hermano, incluso del propio hijo, pero jamás para la del amigo ultrajado”.

No todos los castigos implicaban la muerte y la destrucción. El código consuetudinario era menos tajante, aunque siempre severo, en otros casos:

Los castigos eran múltiples: aislamiento o lección, como decía el kanun, cuando la persona era aislada de por vida de todo y de todos (excluida de los entierros, las bodas y de tomar harina prestada). Abandono obligado de las tierras en baldío, acompañado de la tala de los árboles del huerto. Imposición de ayuno (en la familia). Prohibición de portar armas al hombro o a la cintura durante una o dos semanas. Encadenamiento y arresto domiciliario. Deposición del dueño o dueña de la casa de su potestad familiar.

La muerte estaba omnipresente en la vida de aquellos montañeses del norte que no entendían ésta sin aquella:

Le hablo de lo absurdo de la vida y de la realidad de la muerte en el norte, del hombre de la montaña, que es valorado o menospreciado precisamente en función de las relaciones que establece con la muerte; del terrible augurio que expresan los montañeses al nacer un niño: “¡Que tengas larga vida y que te mate un disparo!”, testimonio de que la muerte natural, por enfermedad o vejez, resulta indigna para el hombre de las cumbres.

Era una cuestión de honor y de hombría. Quien no se plegaba a ello era despreciado por la comunidad que aceptaba esa “constitución de la muerte”. Para el estudioso del kanun en la novela, Besian Vorpsi, era una constitución monumental de la que los albaneses debían estar orgullosos por haberla concebido, alejándose de las críticas que la consideraban brutal y anacrónica:

El Rrafsh es la única región de Europa que, a pesar de formar parte de un estado moderno, insisto, de un estado europeo moderno y no la morada de tribus primitivas, ha prescindido de las leyes, las estructuras jurídicas con mala policía, los jueces, en una palabra, la del conjunto de la maquinaria estatal; los ha rechazado, entiendes, los ha poseído tiempo atrás y los ha rechazado para sustituirlos por otras leyes, leyes morales, tan completas que han obligado a las administraciones extranjeras de ocupación y más tarde a la del estado albanés independiente a reconocerlas y a dejar de este modo el Rrafsh, es decir, casi la mitad del reino, al margen de su propio control… Así pues, el estado aparenta no ver lo que sucede, puesto que sabe que su maquinaria judicial saltaría hecha pedazos a la primera confrontación con el antiguo código.


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