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Albania, el país de las águilas 70. El Kanun II.

 


La serie de venganzas de sangre podía tener un origen que se perdía décadas atrás y por algún hecho que para nuestra mentalidad sería absurdo, como la venganza de un huésped desconocido que se ha acogido a la secular hospitalidad albanesa, “porque el amigo es sagrado y todos ellos sabían desde la niñez que la casa del montañés, antes que de la gente de la propia casa, era de dios y del amigo” -escribió Kadaré. Sobre aquel mik (amigo o huésped) pesaba una venganza que el gjakës, el vengador justiciero, ejecutaba su destino en los confines de la aldea, acompañado por el dueño de la kulla.  Como “el desconocido se había desplomado con el rostro en dirección a la aldea, por lo tanto, la familia de los Berisha que le había dado alimento y cobijo y tenía el deber de protegerlo hasta que saliera del territorio de la aldea, debía vengar su sangre”. Después se suceden setenta años de venganzas y más de una veintena de muertes por cada clan, que van pasando alternativamente de víctimas a vengadores.

Lejos de pensar que aquello era una atrocidad sin sentido, el pensamiento popular lo convertía en algo que valorizaba la vida. Estaba en juego el prestigio de un clan que asumía con orgullo aquellos tremendos dictados. Nuevamente Kadaré deja un relato magistral:

… Tal vez fuera mejor que hubiese sucedido de aquella forma, pues la vida fuera del círculo de la venganza de sangre sería, por cierto sosegada, pero, quien sabe, quizá por esa misma razón también llegara a ser tediosa e incongruente. Trataba de pasar revista a las familias que se encontraban libres de la venganza de sangre y no descubría en ellas ningún signo de felicidad. Le parecía que, alejadas de esa amenaza, no sabían apreciar el valor de la vida. En cambio, en los hogares donde había penetrado el engranaje de la sangre, se producía un fluir distinto de los días y las estaciones, como un temblor interior, sus miembros parecían más hermosos y las muchachas querían más a sus varones.

La pendencia de la obligación de vengar la sangre derramada transformaba a quien debía ejecutarla. Pesaba sobre él una condena a muerte que, sin duda, transformaba su pensamiento, su forma de entender la vida y de aceptarla con esa caducidad indefinida:

Y lo que sucedía era hermoso y pavoroso a un tiempo. Ni él mismo lograba expresarlo. Sentía que el corazón se le había salido del pecho y expandido en todas direcciones, y de esta forma expuesto, todo le causaba fácilmente dolor, se exaltaba y entristecía con facilidad, se ofendía, se dolía, se alegraba, se desolaba por cualquier cosa, grande o pequeña, por una mariposa, una hoja, por la nieve inabarcable o por una lluvia deprimente como la de hoy. Todo caía implacable sobre él, las estaciones, los cielos infinitos que se vaciaban sin descanso, y el corazón era capaz de soportarlo todo, incluso podía apesadumbrarse aún más.

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