Mientras Dorian nos hablaba de
las disputas entre clanes y familias recordé la existencia del kanun, la
ley consuetudinaria que en algunos aspectos era terrible. Algo había leído
sobre su vigencia. Lo más llamativo era la ley no escrita de venganza, tan
arraigada que no había forma de erradicar la horrible práctica de deudas de
sangre que se podían prolongar durante décadas y generaciones y que provocaba
que ciertos colectivos fueran tan temerosos de salir a la calle que se encerraban
en sus hogares en una especie de muerte en vida.
Realicé una búsqueda por
internet y encontré que el término se aplicaba a las leyes establecidas por los
soberanos musulmanes, en particular por los otomanos, en contraste con la sharia
y para asuntos no regulados por ésta. Equivaldría a la ley civil, frente a la
de los juristas musulmanes. Su contenido, por tanto, no se circunscribía a la
práctica de la venganza.
Posteriormente, había
profundizado en ella y había leído el magistral relato de Kadaré en su libro Abril
quebrado. El libro se iniciaba con la ejecución de una de esas venganzas de
sangre, de consecuencias demoledoras:
Se
atrancaban las puertas de los parientes próximos o lejanos pues, al igual que
generación tras generación se había aprendido a reconocer los primeros embates
de la tempestad, también se sabía que aquel era el peligroso momento inmediato
a la muerte; la familia de la víctima no había concedido todavía ninguna de las
besa (protección jurada o palabra de honor) de modo que a los Kryeqyque,
cegados por la sangre recién derramada, les estaba permitido disparar sobre
cualquier miembro del clan de los Berisha.
En algunos casos podía llegar a
paralizar la vida de un pueblo debido al enclaustramiento, única forma, no
siempre eficaz, para sobrevivir. “La aldea está completamente desolada, como si
la hubiera arrasado la peste” -expresa una anciana que se ha caído en un camino
y que debe esperar al paso de un carruaje para que la socorran porque las
venganzas cruzadas pesan sobre la población:
Esa es
la kulla de Shkrel y aquella la de los Krasniq, cuyas venganzas están
tan enmarañadas que nadie sabe a quién le corresponde matar, así que ambas
familias se han enclaustrado en sus casas -explicaba la anciana-. Aquella kulla
de allí, la alta de tres plantas, es la de los Vidhareq, que están en
venganza con los Bung. La kulla de estos últimos, mirad, aquella que
tiene la mitad de los muros de piedra negra, y casi no se ve. Ahí está la kulla
de los Markaj y la de los Dodanaj, que también tienen venganzas pendientes
y ya han sacado dos ataúdes por la puerta esta primavera. Aquellas de allá son
las de los Ukaj y la de los Kryezese, ambas en línea recta y a una distancia
que les permite dispararse sin salir al exterior; y desde sus ventanas no solo
disparan los hombres sino también las mujeres y las muchachas.
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