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Albania, el país de las águilas 63. Jirones de niebla.


 

Nos esperaba hora y media de trayecto hasta Gjirokastra. La primera parte era de intensas curvas. Avanzábamos hacia el norte y el interior, hacia las montañas. El sol se desvaneció y aparecieron las nubes negras en lo alto del cielo y la niebla reptando por las abruptas laderas, algo que me recordó a lo que leí en una de las obras de Kadaré, El general del ejército muerto:

Los jirones de niebla se alzaban y caían sobre las abruptas laderas, envolviendo a intervalos unos trechos y descubriendo otros. En ocasiones las nubes descendían a tal punto que cubrían el techo de la tienda.

Quizá Kadaré se inspiró para esas descripciones en un paisaje similar al que contemplaba en silencio a través de la ventanilla. Todos dormían y se perdían ese paisaje salvaje envuelto en la lluvia. En esas montañas y valles hubo luchas entre los partisanos, los guerrilleros albaneses que se habían lanzado al monte, y las tropas fascistas italianas durante la Segunda Guerra Mundial. Esos combates fueron terribles y las represalias italianas muy duras.

En ese libro, que catapultó a Kadaré a la fama en la década de 1960, nos cuenta cómo un general del ejército italiano acompañado de un cura buscan 20 años después de que terminara la contienda los restos de los soldados caídos en Albania. Para ello se basan en croquis de las tumbas tomados precipitadamente, lo que complica aún más su penosa tarea. El barro se resistía a soltar su presa.

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